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martes, 10 de diciembre de 2013

EL PRESIDIO POLITICO EN ESTADOS UNIDOS 20

Prisiones sin fronteras
Salvador Capote
Una de las características exclusivas del presidio político estadounidense es que no se ha limitado a su territorio ni a sus ciudadanos sino que, por el contrario, se ha extendido por todo el planeta, no sólo por las prisiones que ha establecido en otros países, como Abu Ghraib, Bagram, Guantánamo y su red de cárceles secretas, siniestramente famosas durante la administración de George W. Bush, sino porque abarca también al número incalculable de presos políticos víctimas de las satrapías que Estados Unidos instaló o ayudó a mantenerse en el poder.
Estados Unidos no puede evadir su responsabilidad con los muertos, desaparecidos y prisioneros políticos en Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Honduras, Guatemala, El Salvador, Haití, Vietnam, Palestina y tantos y tantos otros países que sería demasiado largo mencionar siquiera. La Escuela de las Américas entrenó a torturadores y asesinos que llevaron el luto a decenas de miles de familias en todo el continente latinoamericano. La CIA derribó gobiernos; eliminó a dirigentes progresistas que estorbaban a sus fines; corrompió políticos, militares y funcionarios públicos con su dinero; e instaló en el poder a dictaduras militares sangrientas dependientes de Washington.
De esta complicidad criminal tomaré como ejemplo la que existió entre Estados Unidos y el régimen racista de Sudáfrica, ya que en estos días en que toda la humanidad llora la pérdida de uno de sus gigantes morales en la lucha contra el racismo, la opresión y la injusticia, los círculos oficiales y medios de prensa norteamericanos parece que han olvidado la participación de la CIA en el arresto en 1962 de Nelson Mandela y en su condena posterior a cadena perpetua.
En 1986 se supo por la prensa sudafricana que Donald C. Rickard, oficial de la CIA con fachada de funcionario consular, había informado a los servicios de inteligencia sudafricanos que Mandela, disfrazado de chofer de un hombre blanco,se dirigía hacia Durban, información que condujo al arresto de Mandela. Parece que han olvidado también que lo mantuvieron en la lista de terroristas hasta el año 2008 (1), cuando habían transcurrido ya 18 años desde su excarcelación en 1990, había recibido el Premio Nobel de la Paz, y dirigido los destinos de su nación como presidente.  
Estados Unidos ignora completamente el papel desempeñado por el Congreso Nacional Africano, otros movimientos de liberación del cono sur de ese continente, y las tropas internacionalistas cubanas, en la eliminación del apartheid en Sudáfrica. Manipulando y tergiversando la historia se intenta establecer que la desaparición del odioso sistema racista se debió a sanciones económicas impuestas por Estados Unidos.
Pero la verdad histórica es algo muy diferente. El gobierno de Estados Unidos no sólo apoyó siempre al régimen sudafricano sino que fue cómplice de la represión contra la población negra. La luna de miel con Pretoria se interrumpió brevemente, al menos en sus aspectos formales, durante la administración del presidente Jimmy Carter, quien condenó públicamente la desagregación racial y respaldó el embargo de armas de la ONU. Con la administración de Ronald Reagan, Estados Unidos regresó a su antiguo contubernio con Sudáfrica. La política de Reagan de “constructive engagement” (compromiso constructivo) no fue otra cosa que “dejar hacer, dejar pasar” a cambio del apoyo sudafricano a los intereses estratégicos estadounidenses.
En decenas de resoluciones de la ONU de condena al racismo y para instrumentar acciones internacionales contra Sudáfrica, aprobadas por abrumadora mayoría de países, Estados Unidos quedó completamente solo o pobremente acompañado en ocasiones por Israel, Gran Bretaña o Francia. Un patrón similar en las votaciones tuvo lugar en el Consejo Económico y Social y en el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos disfruta del privilegiado derecho al veto.
Con un desprecio absoluto por la opinión pública mundial, Reagan declaró, refiriéndose a las prácticamente unánimes votaciones de la ONU discrepantes de Estados Unidos, que no le quitaban el apetito para desayunar (“it didn’t upset my breakfast at all”).
El investigador y periodista norteamericano William Blum recoge en su libro “Rogue State” (2) testimonios reveladores ante la Comisión de Verdad y Reconciliación (1998) del General [Dr.] Wouter Basson, a cargo del programa sudafricano de desarrollo de armas químicas y biológicas (CBW por sus siglas en inglés).
El programa comenzó en 1981 con la ayuda de Estados Unidos. Según el testimonio del Dr. Basson de notas que tomó en una reunión con el Mayor General norteamericano William Augerson, éste consideraba “que la guerra química es un arma estratégica ideal porque  preserva la infraestructura y sólo mata a las personas. El clima cálido de Africa –dijo- es ideal para este tipo de armas porque la difusión del veneno es mayor y la absorción se eleva debido a la perspiración y al aumento del flujo sanguíneo en las personas afectadas”.
De acuerdo a la publicación “Covert Action Quarterly”, citada por Blum (3), los proyectos del programa de CBW eran paralelos a los de Estados Unidos: utilización de soldados negros como conejillos de indias para la experimentación con drogas; desarrollo de una toxina para inducir infartos del corazón que parezcan naturales; contaminación del agua potable con agentes patógenos; utilización de diferentes gases venenosos con el fin de provocar parálisis y muerte en los oponentes al régimen en Sudáfrica y en los estados adyacentes.
El gobierno de Ronald Reagan prestó ayuda económica y militar al régimen del apartheid a contrapelo de la opinión pública nacional e internacional, directamente o a través de Israel, hasta sus últimos momentos.
La “Comprehensive Anti-Apartheid Act” fue presentada en el Congreso de Estados Unidos cuando ya otros factores habían conducido a Sudáfrica a una crisis económica, social y política irreversible que abarcaba todos los ámbitos de la vida nacional. Gran parte de los recursos del Estado se habían gastado en armas y en el enfrentamiento militar con las fuerzas cubano-angolanas. El gobierno se había visto obligado a decretar el estado de emergencia, que duraría hasta 1990, y se había desatado  la más brutal represión contra la población negra (4).
No obstante, Reagan vetó el proyecto de ley que impondría, aunque tardíamente, sanciones económicas. La ley se promulgó, a pesar de la oposición del Ejecutivo, porque varios senadores republicanos, encabezados por Nancy Kassebaum, de Texas, se unieron a los senadores demócratas para anular el veto presidencial el 2 de octubre de 1988.
Aún así, la ley comenzaría su aplicación -parcial, tibia y lentamente-  cuando, después de la victoria decisiva cubano-angolana (junio de 1988) en la histórica batalla de Cuito Cuanavale, descrita por Mandela como “el punto de inflexión en la lucha por librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid”, era ya evidente que los días del régimen sudafricano estaban contados.
La retórica anti-apartheid de Washington se caracterizó siempre por la hipocresía y el oportunismo. Estados Unidos fue el principal apoyo de Pretoria en todos los foros internacionales y le prestó siempre ayuda militar y económica. Cuando, debido a las presiones internacionales, no pudo hacerlo directamente, lo hizo a través de Israel o mediante traficantes internacionales como Marc Rich, el llamado “Rey del Petróleo”. Su principal aliado, Israel, mantiene también un régimen de apartheid contra los palestinos.
Solamente en el año 1987, Estados Unidos suministró ayuda militar al régimen sionista por 1.3 billones de dólares, sin contar la ayuda en otros campos; e Israel, a su vez, suministró armas, equipos militares y tecnología nuclear a Sudáfrica mediante contratos multibillonarios, a todo lo cual hay que sumar la ayuda directa de la CIA a Jonas Savimbi y Holden Roberto.
Sólo hace falta un dato para demostrar la falsa solidaridad de Estados Unidos con los negros africanos contra el racismo: en 1990, bajo el régimen de supremacía blanca guardaban prisión en Sudáfrica 729 de cada 100,000 negros, mientras que en Estados Unidos estaban encerrados en las prisiones 3,000 de cada 100,000 afro-americanos, una proporción cuatro veces mayor (5).
Todos los prisioneros políticos del Congreso Nacional Africano (ANC) con Nelson Mandela en primer término, del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA-FAPLA), de la Organización Popular de Africa del Sudoeste (SWAPO) y de otros movimientos de liberación africanos, así como todos los combatientes que no llegaron a la condición de prisioneros políticos porque fueron asesinados antes, son víctimas también del presidio político estadounidense, un presidio globalizado y sin fronteras.
NOTAS
(1) Actualidad RT: “Nelson Mandela estaba en la lista de terroristas de EE.UU. hasta 2008; 6 de dic. De 2013.
(2) William Blum: “Rogue State”, Common Courage Press, Monroe, Maine, p. 157, 2005.
(3) Covert Action Quarterly (Washington, DC), #63, Winter 1998m p,29.
(4) Salvador Capote: “Resplandores nucleares en el Atlántico Sur”, ALAI, América Latina en Movimiento, 2011-01-11.
(5) P. Kennedy: “Preparing for the Twenty-First Century”, V. Books, 1993, p.304.


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