Prisiones sin fronteras
Salvador Capote
Una de las características exclusivas del
presidio político estadounidense es que no se ha limitado a su territorio ni a
sus ciudadanos sino que, por el contrario, se ha extendido por todo el planeta,
no sólo por las prisiones que ha establecido en otros países, como Abu Ghraib,
Bagram, Guantánamo y su red de cárceles secretas, siniestramente famosas
durante la administración de George W. Bush, sino porque abarca también al
número incalculable de presos políticos víctimas de las satrapías que Estados
Unidos instaló o ayudó a mantenerse en el poder.
Estados Unidos no puede evadir su
responsabilidad con los muertos, desaparecidos y prisioneros políticos en
Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Honduras, Guatemala, El Salvador, Haití,
Vietnam, Palestina y tantos y tantos otros países que sería demasiado largo
mencionar siquiera. La Escuela de las Américas entrenó a torturadores y
asesinos que llevaron el luto a decenas de miles de familias en todo el
continente latinoamericano. La CIA derribó gobiernos; eliminó a dirigentes
progresistas que estorbaban a sus fines; corrompió políticos, militares y
funcionarios públicos con su dinero; e instaló en el poder a dictaduras
militares sangrientas dependientes de Washington.
De esta complicidad criminal tomaré como
ejemplo la que existió entre Estados Unidos y el régimen racista de Sudáfrica,
ya que en estos días en que toda la humanidad llora la pérdida de uno de sus
gigantes morales en la lucha contra el racismo, la opresión y la injusticia,
los círculos oficiales y medios de prensa norteamericanos parece que han
olvidado la participación de la CIA en el arresto en 1962 de Nelson Mandela y
en su condena posterior a cadena perpetua.
En 1986 se supo por la prensa sudafricana que
Donald C. Rickard, oficial de la CIA con fachada de funcionario consular, había
informado a los servicios de inteligencia sudafricanos que Mandela, disfrazado
de chofer de un hombre blanco,se dirigía hacia Durban, información que condujo
al arresto de Mandela. Parece que han olvidado también que lo mantuvieron en la
lista de terroristas hasta el año 2008 (1), cuando habían transcurrido ya 18
años desde su excarcelación en 1990, había recibido el Premio Nobel de la Paz,
y dirigido los destinos de su nación como presidente.
Estados Unidos ignora completamente el papel
desempeñado por el Congreso Nacional Africano, otros movimientos de liberación
del cono sur de ese continente, y las tropas internacionalistas cubanas, en la
eliminación del apartheid en Sudáfrica. Manipulando y tergiversando la historia
se intenta establecer que la desaparición del odioso sistema racista se debió a
sanciones económicas impuestas por Estados Unidos.
Pero la verdad histórica es algo muy
diferente. El gobierno de Estados Unidos no sólo apoyó siempre al régimen
sudafricano sino que fue cómplice
de la represión contra la población negra. La luna de miel con Pretoria se
interrumpió brevemente, al menos en sus aspectos formales, durante la
administración del presidente Jimmy Carter, quien condenó públicamente la
desagregación racial y respaldó el embargo de armas de la ONU. Con la
administración de Ronald Reagan, Estados Unidos regresó a su antiguo
contubernio con Sudáfrica. La política de Reagan de “constructive engagement”
(compromiso constructivo) no fue otra cosa que “dejar hacer, dejar pasar” a
cambio del apoyo sudafricano a los intereses estratégicos estadounidenses.
En decenas de resoluciones de la ONU de
condena al racismo y para instrumentar acciones internacionales contra
Sudáfrica, aprobadas por abrumadora mayoría de países, Estados Unidos quedó
completamente solo o pobremente acompañado en ocasiones por Israel, Gran
Bretaña o Francia. Un patrón similar en las votaciones tuvo lugar en el Consejo
Económico y Social y en el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos disfruta
del privilegiado derecho al veto.
Con un desprecio absoluto por la opinión
pública mundial, Reagan declaró, refiriéndose a las prácticamente unánimes
votaciones de la ONU discrepantes de Estados Unidos, que no le quitaban el
apetito para desayunar (“it didn’t upset my breakfast at all”).
El investigador y periodista norteamericano
William Blum recoge en su libro “Rogue State” (2) testimonios reveladores ante
la Comisión de Verdad y Reconciliación (1998) del General [Dr.] Wouter Basson,
a cargo del programa sudafricano de desarrollo de armas químicas y biológicas
(CBW por sus siglas en inglés).
El programa comenzó en 1981 con la ayuda de
Estados Unidos. Según el testimonio del Dr. Basson de notas que tomó en una
reunión con el Mayor General norteamericano William Augerson, éste consideraba
“que la guerra química es un arma estratégica ideal porque preserva la
infraestructura y sólo mata a las personas. El clima cálido de Africa –dijo- es
ideal para este tipo de armas porque la difusión del veneno es mayor y la
absorción se eleva debido a la perspiración y al aumento del flujo sanguíneo en
las personas afectadas”.
De acuerdo a la publicación “Covert Action
Quarterly”, citada por Blum (3), los proyectos del programa de CBW eran
paralelos a los de Estados Unidos: utilización de soldados negros como
conejillos de indias para la experimentación con drogas; desarrollo de una
toxina para inducir infartos del corazón que parezcan naturales; contaminación
del agua potable con agentes patógenos; utilización de diferentes gases
venenosos con el fin de provocar parálisis y muerte en los oponentes al régimen
en Sudáfrica y en los estados adyacentes.
El gobierno de Ronald Reagan prestó ayuda
económica y militar al régimen del apartheid a contrapelo de la opinión pública
nacional e internacional, directamente o a través de Israel, hasta sus últimos
momentos.
La “Comprehensive
Anti-Apartheid Act” fue presentada en el Congreso de Estados Unidos cuando ya
otros factores habían conducido a Sudáfrica a una crisis económica, social y
política irreversible que abarcaba todos los ámbitos de la vida nacional. Gran
parte de los recursos del Estado se habían gastado en armas y en el
enfrentamiento militar con las fuerzas cubano-angolanas. El gobierno se había
visto obligado a decretar el estado de emergencia, que duraría hasta 1990, y se
había desatado la más brutal represión contra la población negra (4).
No obstante, Reagan vetó el proyecto de ley
que impondría, aunque tardíamente, sanciones económicas. La ley se promulgó, a
pesar de la oposición del Ejecutivo, porque varios senadores republicanos,
encabezados por Nancy Kassebaum, de Texas, se unieron a los senadores
demócratas para anular el veto presidencial el 2 de octubre de 1988.
Aún así, la ley comenzaría su aplicación
-parcial, tibia y lentamente- cuando, después de la victoria decisiva
cubano-angolana (junio de 1988) en la histórica batalla de Cuito Cuanavale,
descrita por Mandela como “el punto de inflexión en la lucha por librar al
continente y a nuestro país del azote del apartheid”, era ya evidente que los
días del régimen sudafricano estaban contados.
La retórica anti-apartheid de Washington se
caracterizó siempre por la hipocresía y el oportunismo. Estados Unidos fue el
principal apoyo de Pretoria en todos los foros internacionales y le prestó
siempre ayuda militar y económica. Cuando, debido a las presiones
internacionales, no pudo hacerlo directamente, lo hizo a través de Israel o
mediante traficantes internacionales como Marc Rich, el llamado “Rey del
Petróleo”. Su principal aliado, Israel, mantiene también un régimen de
apartheid contra los palestinos.
Solamente en el año 1987, Estados Unidos
suministró ayuda militar al régimen sionista por 1.3 billones de dólares, sin
contar la ayuda en otros campos; e Israel, a su vez, suministró armas, equipos
militares y tecnología nuclear a Sudáfrica mediante contratos multibillonarios,
a todo lo cual hay que sumar la ayuda directa de la CIA a Jonas Savimbi y
Holden Roberto.
Sólo hace falta un dato para demostrar la
falsa solidaridad de Estados Unidos con los negros africanos contra el racismo:
en 1990, bajo el régimen de supremacía blanca guardaban prisión en Sudáfrica
729 de cada 100,000 negros, mientras que en Estados Unidos estaban encerrados
en las prisiones 3,000 de cada 100,000 afro-americanos, una proporción cuatro
veces mayor (5).
Todos los prisioneros políticos del Congreso
Nacional Africano (ANC) con Nelson Mandela en primer término, del Movimiento
Popular para la Liberación de Angola (MPLA-FAPLA), de la Organización Popular de
Africa del Sudoeste (SWAPO) y de otros movimientos de liberación africanos, así
como todos los combatientes que no llegaron a la condición de prisioneros
políticos porque fueron asesinados antes, son víctimas también del presidio
político estadounidense, un presidio globalizado y sin fronteras.
NOTAS
(1) Actualidad RT: “Nelson Mandela estaba en la lista de terroristas
de EE.UU. hasta 2008; 6 de dic. De 2013.
(2) William Blum: “Rogue State”, Common Courage Press, Monroe,
Maine, p. 157, 2005.
(3) Covert Action Quarterly (Washington, DC), #63, Winter 1998m
p,29.
(4) Salvador Capote: “Resplandores nucleares en el Atlántico Sur”,
ALAI, América Latina en Movimiento, 2011-01-11.
(5) P. Kennedy: “Preparing for the Twenty-First Century”, V. Books,
1993, p.304.
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