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sábado, 8 de marzo de 2014

ROLANDO BREÑA Y HORACIO ZEBALLOS

30 AÑOS Y HORACIO SIGUE CON SU PUEBLO
En este 30 Aniversario del fallecimiento de Horacio, encontramos que sigue siendo un símbolo del Partido como sindicalista, luchador social y político.
Horacio sigue siendo ese paradigma del Sutep con mística, con amor al trabajo gremial, con servicio de la dirigencia a los maestros de todo el país,  de la no utilización de los cargos para ambiciones personales o de grupo, de sacrificio constante por la conquista de bienestar del magisterio.
El Comité Regional “Horacio Zeballos Gámez”  del Partido Comunista del Perú (Patria Roja) INVITA a la Romería al Mausoleo de Horacio, este Domingo 9 de Marzo a las 11 de la mañana en el Cementerio General de la Apacheta  (Arequipa).
Horacio sigue en el recuerdo de todos, ayer leimos un testimonio de Alberto Moreno, hoy van unas palabras por Horacio de Rolando Breña.
 
 
ALGUNAS PALABRAS POR HORACIO
 
Por: Rolando Breña Pantoja
 
 
Siempre me es difícil hablar de otra persona, más aún, cuando ha sido militante de mi Partido, más todavía cuando fue amigo entrañable, y todavía más difícil cuando ha muerto. A los muertos, muchas veces, los disfrazamos de todas las virtudes o de todos los vicios, todos los amores o todos los odios, según lo amemos o lo odiamos, según lo admiremos o lo despreciemos, según sea nuestro amigo o nuestro enemigo, según nos hiciera bien o nos hiciera mal.
 
Nuestros ojos y nuestra mente se transforman al vaivén de nuestra voluntad o nuestros sentimientos, olvidando o distorsionando lo que es, lo que realmente tenemos o tuvimos al frente, lo real, la vida.
 
Cuando hablamos de un hombre o una mujer, vivos o muertos, veámoslo siempre como un ser humano concreto, qué es o qué fue; no de la idea que de ellos nos fabriquemos; tal como fue, no como quisiéramos que hubiera sido. Veamos la carne,  el hueso,  la conciencia, la voluntad, con todas sus luces y todas sus sombras, y amémoslos así, con todo. Los seres humanos no podemos partirnos. Quizá sea mejor amar lo imperfecto que lo perfecto; el primero nos obliga, acicatea para seguir haciendo, rehaciendo; el segundo puede arrastrarnos al inmovilismo, a la indolencia.
 
Estas palabras sobre Horacio serán poco hilvanadas, hechas a retazos, casi a jirones, con la velocidad y los avatares de los improntas, como son las vidas de las gentes en los tiempos que corren, cuando se pretende arrebatar a los seres humanos su humanidad, para transitar como fantasmas o como autómatas en la vida.
 
También la vida de Horacio, como las de muchos de nosotros, está hecha de jirones, de jirones de alegría y tristeza, de felicidad y desprecio, de risas y llantos, de hambre y hartazgo, de libertad y cárceles, de sed y bebidas, de amores y odios, de sueños y realidades, de fe, de jirones de esperanza, de lucha, de búsqueda. Pero hubo una diferencia. Horacio había encontrado un camino, una vía, dura, difícil, erizada de riesgos, para abrirse paso y soñar, para construir la esperanza de una vida mejor. Ese camino fue su militancia política, su creencia en el socialismo. Fue su Estrella Polar. Fue su norte. Por ella se guió, en ella vivió y en ella murió.
 
Horacio fue un hombre de su tiempo. Todo ser humano es marcado por su tiempo. Pero, también, el ser humano puede marcar su tiempo, sin quedarse en él. El hombre es hechura de sus circunstancias, pero puede sacudirse de ellas para trascender y transformar. Hay hombres y mujeres que rompen los límites de su tiempo, que quiebran las fronteras de su espacio, que sobrepasan los muros de su entorno y se proyectan buscando, conquistando otros espacios, otros entornos. Esos son los que dejan huellas, que hacen camino. Así fue Horacio.
 
Fue un maestro de escuela. Hizo de su vida una escuela para él y para los demás. Dejó de ser un maestro tradicional de aula, no se encerró en ella. Convirtió el aula en vida, en realidad. Trasladó todo el Perú al aula y pudo advertir los problemas de la patria, las desigualdades, la opresión, la explotación, la miseria, la injusticia, las luchas. Por eso se hizo sindicalista, por eso se hizo luchador social, por eso se hizo político, por eso se hizo comunista.
 
Se hizo sindicalista por los maestros, sus hermanos maestros, para conquistar derechos y dignidad, para conquistar mejores condiciones de vida y trabajo, para ser tratados como ciudadanos peruanos. Y Horacio, fue todos los maestros, y todos los maestros fueron Horacio.
 
Una simbiosis total. No había más conciencia qué el. No había más representante que él. No había más derroteros que los que él señalaba. No había más palabras que las suyas. Los maestros y el SUTEP lo siguieron como caudillo, como líder, como conductor, posiblemente con exageración. Ya no lo escuchaban, lo aplaudían antes que hablara. No importaba el contenido del discurso, no importaba si lo entendían o no, no importaba, era Horacio, y eso era suficiente. Eso sucede en ciertas circunstancias históricas. Identificación absoluta entre líder y masa. Riesgoso siempre, porque puede conducir a los personalismos, a las arbitrariedades, a las dictaduras.
 
Este fenómeno permitió unidad férrea en el SUTEP, luchas heroicas, organización sólida, conquistas importantes. Sin embargo, quizá hubo demasiado espacio para la agitación y menos para la formación; quizá se incidió más de la cuenta en el movimiento que en la conciencia, quizá concedimos mucho a la coyuntura y menos al largo plazo.
 
Se hizo luchador social porque no solo los maestros eran explotados, lo era el pueblo todo. Y por todos y con todos había  que luchar.
 
Se hizo político, porque no bastaban el sindicato y el sindicalismo para cambiar el Perú y construir una nueva sociedad, una nueva forma de vida; para cuestionar y enfrentar el capitalismo y el imperialismo. Había necesidad de un partido político revolucionario, había que organizarse, tener un programa, tener una militancia, una concepción ideológica.
 
Se hizo comunista, porque descubrió que solo el socialismo y el comunismo pueden ser alternativa integral, global, totalizante, victoriosa frente al capitalismo. Por eso escogió el PC del P – Patria Roja. 
 
Se hizo poeta, para cantar la vida en sus asperezas y suavidades; para cantar al amor de los padres, de los hijos, de las parejas; para cantar la vida, los sueños, las esperanzas. Fue un romántico. Estoy convencido que todo poeta es romántico. Que todo ser humano es romántico. Que todo político es romántico. Que la política tiene espíritu romántico, más cuando de política revolucionaria se trata. Que los comunistas son o deben tener siempre espíritu romántico. No se constriña lo romántico a la quimera imposible, a los lamentos o las tristezas metafísicas, a lo puramente contemplativo e inútil. El espíritu romántico es también optimismo, realización, agonismo. Lo romántico no es solo el enamoramiento, la atracción, el amor a una pareja. Es también amor a la libertad, a la justicia, a la vida, a la naturaleza, a la belleza. La propia lucha revolucionaria es un permanente canto del espíritu romántico. La revolución es, en el fondo, un supremo acto de amor.
 
Horacio, llegado de carumas bucólica y serrana y adobado por el ají y la nevada mistiana, fue exuberante, desbordante, exagerado. En sus amores y en odios; en sus abrazos y en sus besos; en el elogio y el insulto; en sus palabras, sus gritos y sus silencios; en sus virtudes y sus pecados; en las comidas y en las bebidas. Desbordante hasta en sus enfermedades, que lo acompañaron en todo el país y el extranjero, como una condecoración que le ofreciera la vida, las luchas, la represión y sus propios descuidos y excesos.
 
Parecía, a veces, un mesiánico y barbado profeta del Antiguo Testamento, o un monje guerrero de las cruzadas. Quizá porque quisiera vivir la política como una religión.. Es que, realmente, la política y la religión se parecen. Claro, sin dogmas, sin capillas, sin papas, sin santos, sin verdades reveladas, sin infierno ni cielo… Pero sí con mística, con sacrificio, con fe, con esperanza, con amor, con generosidad. 
 
En fin, Horacio se murió a tiempo. En el tiempo justo. Fue mejor así, para él, para su familia, para sus amigos, para sus camaradas, para sus enemigos.
 
Horacio es el símbolo del SUTEP, de los maestros. Es un símbolo de las luchas populares. Es, para los comunistas, un militante mayor, que aportó con su vida y su trabajo a la obra común que algún día habremos de culminar.
 
 
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