“En la izquierda, en los movimientos sociales no basta la agenda del día.
Si se quiere avanzar se debe mirar más allá de la coyuntura. Si lo hacemos, la
izquierda podrá reencontrarse con la historia. De otro modo, será un intento
más que irá al fracaso, no sabemos por cuánto tiempo”.
Por Julio Yovera.
La unidad en todos los ámbitos goza de
crédito y es sinónimo de unión, de coherencia, de estabilidad, de continuidad
en los propósitos independientemente de las dificultades de la coyuntura. Las
formas de simbolizar la unidad son muchas; la más conocida es la de la
mano cerrada haciendo puño, que significa fuerza, fortaleza.
Los pueblos que han sabido unirse han
logrado sus objetivos. No es nuestro caso. El fantasma de la división en la
historia peruana ha sido recurrente. No es la primera vez que se dice esto.
Aquellos que hablan de la gran unidad y armonía del orden quechua parten de un
análisis que no corresponde del todo a la realidad. Cuando asoman en el
horizonte las huestes invasoras de Europa, los pueblos y culturas ancestrales
estaban divididos y eso facilitó la dominación y penetración colonial. El
enfrentamiento fratricida de Huáscar y Atahualpa representan el iceberg de esa
división.
Mucho de los fracasos del Perú en la
guerra que las clases dominantes de Chile impusieron, alentados por el imperialismo
inglés con el afán de saquear los recursos naturales del país y expandirse,
tuvieron en la división de la sociedad peruana su mejor aliada. El feudalismo
supérstite del que habla Mariátegui ocasionó una ruptura que trabó y saboteó la
construcción de la nación peruana.
En el país de entonces, la oligarquía
inepta tuvo –igual que la burguesía “moderna” de ahora- prejuicio y menosprecio
a las culturas ancestrales; por eso, en muchos casos, claudicó sin vergüenza
alguna, ante el invasor; y el pueblo, con un inextinguible resentimiento. vio
la guerra como la oportunidad para desbordar su ira contra los que
representaban el poder oligarca. González Prada tiene razón cuando afirma que
en la guerra, no nos derrotó el invasor, sino nuestra ignorancia.
En el Perú del siglo XX, la unidad fue
una aspiración democrática para hacer frente al oscurantismo de la
oligarquía y burguesía criollas. Cuando aparece el capitalismo, en el
interior de la clase obrera se gestó un debate sobre la unidad y su importancia.
Los anarquistas iniciaron este proceso, señalando que la unidad era en la
acción y en pos de lograr la justicia social. Posteriormente, las tendencias al
interior del movimiento social y popular, llevaron el tema a un nivel de
reflexión y teorización mayor.
La unidad, en el pensamiento de las
tendencias nacionalistas, progresistas y socialistas recién surgidas, pasó a
ser un tema de carácter ideológico, político y programático. Con Mariátegui y
Haya de la Torre se abre un debate en el país. Las tesis sobre el frente
único que sustentaba el Amauta postulaban la necesidad de la unidad en ámbitos
bien definidos y con alcances precisos:
“El frente único no anula la personalidad, no anula la filiación de ninguno
de los que lo componen. No significa la confusión ni la amalgama de todas las
doctrinas en una doctrina única. Es una acción contingente, concreta, práctica.
El programa del frente único considera exclusivamente la realidad inmediata,
fuera de toda abstracción y de toda utopía. Preconizar el frente único no es,
pues, preconizar el confusionismo ideológico. Dentro del frente único cada cual
debe conservar su propia filiación y su propio ideario” (Mariátegui)
El frente único cubre un espectro
amplio, no excluyente. Su articulación es el programa y los objetivos
concretos, precisos, temporales y espaciales. Un gremio, por ejemplo, es una
expresión de frente único. Esto no significa que el frente único solo tenga
validez en una organización sindical; al contrario, el frente es absolutamente
posible en el ámbito político y programático. Dígase de paso, cuando el APRA
surge, en 1924, lo hizo como frente único, y Mariátegui, espíritu y pensamiento
amplio y unitario, formó parte de él. Quien rompió el carácter de frente único
del APRA fue su fundador, Haya de la Torre.
Un Partido no es un frente único. Cuando
Mariátegui fundó el Partido, aun cuando lo llamó Socialista, le dio toda la
personalidad doctrinaria de una organización marxista leninista, tanto en su
carácter de clase, y, a partir de ahí, en su fundamentación teórica, en su
definición ideológica y en su método de investigación y de acción.
“El Partido Socialista adapta su
praxis a las circunstancias concretas del país; pero obedece a una amplia
visión de clase y las mismas circunstancias nacionales están subordinadas al
ritmo de la historia mundial. La revolución de la independencia hace más de un
siglo fue un movimiento solidario de tos los pueblos subyugados por España; la
revolución socialista es un movimiento mancomunado de todos los pueblos
oprimidos por el capitalismo. Si la revolución liberal, nacionalista por sus
principios, no pudo ser actuada sin una estrecha unión entre los países
sudamericanos, fácil es comprender la ley histórica que, en una época de más
acentuada interdependencia y vinculación de las naciones, impone que la
revolución social, internacionalista en sus principios, se opere con una
coordinación mucho más disciplinada e intensa de los partidos proletarios. El
manifiesto de Marx y Engels condensa el primer principio de la revolución
proletaria en la frase histórica: “¡Proletarios de todos los países,
uníos!". (Mariátegui)
En la misma línea de los fundadores del
socialismo científico, advirtió que no era posible ninguna práctica
revolucionaria sin teoría revolucionaria y, así también, señaló que la lucha
nacional es parte del movimiento social liberador de carácter mundial. En esa
tendencia los partidos comunistas asumen una responsabilidad y una tarea. Sobre
esas premisas se condujo el Amauta, y demostró que el marxismo no es un dogma
sino una guía para la acción. Estudió, conforme al método de investigación
marxista, la realidad concreta. Fruto de ese esfuerzo fueron sus 7 Ensayos de
Interpretación de la Realidad Peruana.
Asimismo, trabajó por la construcción
del frente único y por la creación del partido de la clase. En el primero caben
todas las tendencias, todas las doctrinas, todos los credos. El único requisito
para ser parte de los contingentes del frente único es la voluntad y la
decisión de luchar contra todas las formas de injusticia y opresión.
Diferente es la militancia dentro del Partido, en él no basta la adhesión a sus
postulados, de por sí ya elevados, éticos, sino en pertenecer a una de sus
instancias, de sus equipos y hacer suya las decisiones que se tomen. Esto les
parece duro a algunas personas, pero olvidan que se ingresa al Partido de
manera consciente y voluntaria. Quien no está de acuerdo con ello pues
simplemente no pertenecerá nunca a una organización partidista. Y esto es
respetable.
Después de la muerte de Mariátegui, en
abril de 1930, los socialistas, los marxistas peruanos aun con limitaciones y
errores, lucharon y sufrieron persecución y represión. La hegemonía del
movimiento popular lo asume el APRA.
A inicios de la década de los 60s,
organizaciones como el MIR y el ELN, alentadas por la experiencia de Cuba,
transitaron por los caminos de la insurrección. El movimiento fue derrotado.
Aún no se ha hecho el balance que esta experiencia se merece, excepto los
testimonios de parte de Allain Elías, Héctor Béjar y Elio Portocarrero.
Últimamente el investigador social Jan Luce, ha publicado un interesante libro
sobre esta parte de la historia del país.
A finales de los 70s, el movimiento
popular en el que actuaba el PCP y la llamada izquierda joven, el MIR, Vanguardia
Revolucionaria, el PC del P. Patria Roja, (Sendero optó por su propio
camino), logró derrotar a la dictadura de Morales Bermúdez. Cada uno de
estas organizaciones tenía presencia en un sector social específico y, por
tanto, una experiencia de lucha y un esfuerzo de desarrollo teórico.
Abierto el periodo electoral, la
izquierda participa en él. Después del fracaso de la Alianza Revolucionaria de
Izquierda, ARI, se constituyó la Izquierda Unida (IU), que llegó a convertirse
en una fuerza política significativa del país, al extremo de poner en la ciudad
capital, Lima, desde las urnas un alcalde socialista, Alfonso Barrantes. Por
ello, estudiosos y politólogos la calificaron como la fuerza de izquierda más
importante de América Latina.
La IU que fue la voluntad unitaria de
todas las fuerzas socialistas duró poco. No fue posible sostenerla y hacer que
cuajara y se enraizara con el pueblo y la historia. Se privilegió el cuoteo
antes que las bases, la ideología formal antes que el Programa, lo episódico
antes que lo estratégico.
No se reflexionó suficientemente sobre
la importancia de la unidad en un frente único. Mariátegui estuvo ausente de
los debates estériles. Y si se recurrió a él fue solo para citarlo pero no se
le estudió, menos se aplicó y desarrolló su pensamiento. El sectarismo y el
encono primó, y las expectativas de unidad de la izquierda y del pueblo peruano
quedaron truncas.
A partir de esta experiencia de autismo
político y de violentismo fundamentalista, la izquierda se desprestigió y desapareció
como fuerza protagónica. Ese fue el clima social que encontró el
neoliberalismo, encarnado en el fujimorismo delincuencial y autoritario, lo que
le permitió imponer y saquear el patrimonio nacional y contaminar de corrupción
todo el tejido social del país.
La derrota y caída de ese régimen por
acción de las masas movilizadas, no significó cambio de rumbo ni de modelo; y,
hoy, con la experiencia de un gobierno como el de Humala, que se presentó ante
la sociedad como la propuesta de la gran transformación, el pueblo peruano
busca una salida, no solo de forma de gestión, de estilo de gobierno, sino de
modelo, de ética. La voluntad de cambio vive y anima la voluntad de lucha de la
mayoría ciudadana.
Después de muchos fallidos intentos de
unidad, de años de frustraciones y de ausencias, la izquierda viene
reuniéndose, intenta articular una propuesta de cambio, enfatizando más que el
aspecto ideológico, la exigencia programática.
No se trata de la unidad de los
marxistas-leninistas; se trata de la unidad de las fuerzas democráticas,
progresistas, populares, nacionalistas, y en la cual, los marxistas son parte,
con todo derecho.
Una propuesta que entusiasme al
electorado y al pueblo debe enarbolar medidas de reforma, de cambio, de
protección de las materias primeras, de defensa de la soberanía, de defensa del
medio ambiente, de protección a las étnicas y culturales del país, de freno y
atajo a la corrupción; que dado la situación actual terminan siendo
revolucionarias.
Estas son las banderas que deben enarbolar
las fuerzas políticas y los movimientos sociales, que vienen intentando formar
el frente amplio.
Se requiere de mucha madurez y de mucha
voluntad política para vertebrar este proyecto. Por eso, sin caer en la
tentación del hegemonismo, muy al estilo de la vieja izquierda, lo que se tiene
que hacer es buscar las coincidencias y que éstas sean la piedra clave de la
unidad del pueblo.
Las posturas prestas a descalificar a
todos porque “están contaminados”, porque son “dogmáticas”, porque “no están
inscritas en el vademécum electoral”, es inmaduro y torpe. Pretender la
unidad de manera formal maltratando al aliado es una manera de sabotear la
unidad. Descalificar a un sector por profesar el marxismo es francamente
oscurantista o pretender, desde el marxismo, la omnipotencia de la verdad y la
posición correcta por el solo hecho de ser marxistas es la peor de las
estrecheces.
La política revolucionaria debe
responder a una propuesta integral, no solo en términos de gestión pública o
autogestión, sino en términos integrales, de visión de desarrollo, de
reconstrucción, de recuperación de valores, incluyendo los éticos. Eso es lo
que hace falta a todos. No hay que tener miedo ni prejuicio a la teoría. Que
interesante hubiera sido que la teoría, después de la experiencia de
Mariátegui, hubiera merecido la mejor de las atenciones de la izquierda
nuestra. No fue así lamentablemente.
Si el neoliberalismo adjetiva y
descalifica a la izquierda, hacerlo en nuestras filas es una manera de sabotear
la unidad. O se unen los sectores populares y derrotan al neoliberalismo, o se
mantiene dividido el campo popular y el neoliberalismo se consolida y enseñorea
por unas buenas décadas.
En la izquierda, en los movimientos
sociales no basta la agenda del día. Si se quiere avanzar se debe mirar más
allá de la coyuntura. Si lo hacemos, la izquierda podrá reencontrarse con la
historia. De otro modo, será un intento más que irá al fracaso, no sabemos por
cuánto tiempo.
No es poca cosa lo que está en juego.
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