Ubaldo:
¿Me permites estos fantasmas, estos sueños?
Saludos
Gustavo.
DE FANTASMAS Y OTROS SUEÑOS
Gustavo Benites Jara
Oigo, afuera, mientras llueve, los silbos de un hombre que camina en la bruma. Así me veo cada vez en sueños: un hombre que camina bajo la lluvia, silbando a los fantasmas de la tierra mientras añora despertar. ¿Hemos venido para silbar bajo la lluvia? ¿Para no guarecernos mientras llueve y mirar sobre el puente las aguas que nos torturan y fascinan? ¡Hemos venido para transitar! ¡O para ser como fantasmas que caminan silbando bajo la lluvia, mientras todos duermen soñando despertar!
Des-cubrirse: quitarse el velo, no cubrirse. Descubrirnos: no cubrirnos más. Ser uno mismo: en la palabra, en el gesto, en la acción. ¿A qué temer ya en estas coyunturas de la vida? Decir nuestra palabra: la nuestra. Gritar nuestros sueños: los nuestros. ¡Ay, los fantasmas que nos pueblan y nos aterran! Cuando decimos: me he descubierto, decimos simplemente que hemos dejado de cubrirnos con los sedimentos de tantas falsas vidas. Dejar de ser legión. O morir.
Se repite este Trujillo de otro modo. Ya nunca podrá ser el mismo. Faltan esas voces, esos llantos, los júbilos aquellos. Falto yo, el de entonces, y tú faltas, la innúmera voz, la única melodía; los rumores faltan de las calles asaltadas, y ese grito falta, y la bandera quemada en la plaza, y el humo en tu cabellera o el pasmo ante el tiempo que roe tu ausencia, falta.
Falta todo en este Trujillo que no cesa en esta tarde que muerde como cada tarde, porque no basta el pan o el abrigo ni las conocidas voces ni los cansados pasos. Y este vacío que me llena, esta inmensa ausencia que soy yo mismo, este lamento que medra –agazapado - en mi corazón.
Los años que pasan. Y esta alegría que no quiere ser alegría sino una porfiada nostalgia de algo - ¿ALGUIEN?- infinito que siempre se aleja y nos envuelve siempre. Lo que nos devora. Lo que nos alimenta.
Y esta fugacidad. Y este tránsito doloroso. Y esta perplejidad. Y este descubrir que somos como un río inabarcable, inacabable, como el África de nuestros sueños infantiles. ¿Y los que nos aman, no cesan en su amor? ¿Y los que amamos, reposan en nuestro amor? ¿Tanto y tan poco dura todo?
¡Los años que pasaron como un vientecillo huracanado! ¡Y sus espinas y sus botones cerrados y sus cementerios o sus lunas prendidas en las malvas de nuestros sueños!
Antes de morir, nuestra madre quiso que todos nos reuniéramos. Y nos llamó a todos. Y fui a llamar a mis hermanos y hermanas, y vinieron, niños, niñas aún; y bajamos a un sótano. Y nuestra madre quiso que bajáramos otra vez con quienes estuvieran allí. Yo estaba solo. Vi que todos estaban, pero sentí que alguien faltaba. Y mientras bajábamos otra vez, mi madre lloraba pidiendo que nos reconciliáramos. ¿Entre quiénes? Ahora no lo sé, pero lo sabía mientras llorábamos en el sótano de una casa, que no era nuestra pero era querida y familiar. Creo que echábamos de menos a una hermana pequeña. Y vi a algunas tías que reían y recordaban tiempos idos... Y de pronto estuve en unas laderas y escuché los cantos de un grupo de indios, de aquellos que alimentaron mi niñez, y los escuché cantando una melodía que jamás oí, pero que siempre llevé conmigo. Y supe que esa canción era mi perdida infancia y que esos indios sentados, desnudos, con un tamboril y sus voces, eran los que siempre o desde siempre moran en la memoria de mis sueños, como este sueño que no acabo de soñar.
DE FANTASMAS Y OTROS SUEÑOS
Gustavo Benites Jara
Oigo, afuera, mientras llueve, los silbos de un hombre que camina en la bruma. Así me veo cada vez en sueños: un hombre que camina bajo la lluvia, silbando a los fantasmas de la tierra mientras añora despertar. ¿Hemos venido para silbar bajo la lluvia? ¿Para no guarecernos mientras llueve y mirar sobre el puente las aguas que nos torturan y fascinan? ¡Hemos venido para transitar! ¡O para ser como fantasmas que caminan silbando bajo la lluvia, mientras todos duermen soñando despertar!
Des-cubrirse: quitarse el velo, no cubrirse. Descubrirnos: no cubrirnos más. Ser uno mismo: en la palabra, en el gesto, en la acción. ¿A qué temer ya en estas coyunturas de la vida? Decir nuestra palabra: la nuestra. Gritar nuestros sueños: los nuestros. ¡Ay, los fantasmas que nos pueblan y nos aterran! Cuando decimos: me he descubierto, decimos simplemente que hemos dejado de cubrirnos con los sedimentos de tantas falsas vidas. Dejar de ser legión. O morir.
Se repite este Trujillo de otro modo. Ya nunca podrá ser el mismo. Faltan esas voces, esos llantos, los júbilos aquellos. Falto yo, el de entonces, y tú faltas, la innúmera voz, la única melodía; los rumores faltan de las calles asaltadas, y ese grito falta, y la bandera quemada en la plaza, y el humo en tu cabellera o el pasmo ante el tiempo que roe tu ausencia, falta.
Falta todo en este Trujillo que no cesa en esta tarde que muerde como cada tarde, porque no basta el pan o el abrigo ni las conocidas voces ni los cansados pasos. Y este vacío que me llena, esta inmensa ausencia que soy yo mismo, este lamento que medra –agazapado - en mi corazón.
Los años que pasan. Y esta alegría que no quiere ser alegría sino una porfiada nostalgia de algo - ¿ALGUIEN?- infinito que siempre se aleja y nos envuelve siempre. Lo que nos devora. Lo que nos alimenta.
Y esta fugacidad. Y este tránsito doloroso. Y esta perplejidad. Y este descubrir que somos como un río inabarcable, inacabable, como el África de nuestros sueños infantiles. ¿Y los que nos aman, no cesan en su amor? ¿Y los que amamos, reposan en nuestro amor? ¿Tanto y tan poco dura todo?
¡Los años que pasaron como un vientecillo huracanado! ¡Y sus espinas y sus botones cerrados y sus cementerios o sus lunas prendidas en las malvas de nuestros sueños!
Antes de morir, nuestra madre quiso que todos nos reuniéramos. Y nos llamó a todos. Y fui a llamar a mis hermanos y hermanas, y vinieron, niños, niñas aún; y bajamos a un sótano. Y nuestra madre quiso que bajáramos otra vez con quienes estuvieran allí. Yo estaba solo. Vi que todos estaban, pero sentí que alguien faltaba. Y mientras bajábamos otra vez, mi madre lloraba pidiendo que nos reconciliáramos. ¿Entre quiénes? Ahora no lo sé, pero lo sabía mientras llorábamos en el sótano de una casa, que no era nuestra pero era querida y familiar. Creo que echábamos de menos a una hermana pequeña. Y vi a algunas tías que reían y recordaban tiempos idos... Y de pronto estuve en unas laderas y escuché los cantos de un grupo de indios, de aquellos que alimentaron mi niñez, y los escuché cantando una melodía que jamás oí, pero que siempre llevé conmigo. Y supe que esa canción era mi perdida infancia y que esos indios sentados, desnudos, con un tamboril y sus voces, eran los que siempre o desde siempre moran en la memoria de mis sueños, como este sueño que no acabo de soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario