POR:
UBALDO TEJADA GUERRERO – Analista Global
La crisis estructural de los EE.UU. debe hacernos
reflexionar a los peruanos, mas aún cuando en lo concerniente al mundo emergente, causa
particular interés el destino económico de China. Mucho se ha hablado acerca
del fin de su aparentemente insostenible ritmo de crecimiento de los últimos
años, el cual pasó de cifras de dos dígitos, que llegaron a superar el 14% en
el segundo y tercer trimestres de 2007, a menos del 8% en los tres primeros
trimestres del 2013.
Cómodamente el capitalismo transnacional se instaló en el Perú, desde
1,990, exigiéndole al Estado condiciones constitucionales, que maximicen sus
beneficios, políticas públicas para una baja tributación, normativa laboral y
ecológica flexible, reducción de sus costos laborales es desmedro de las
condiciones de trabajo; es decir un Estado débil para los pobres, y fuerte para
los ricos.
Piero Ghezzi y José Gallardo en la
presentación del libro “Qué se puede hacer con el Perú”, nos dicen: “Los
factores externos que nos han venido apoyando, posiblemente van a ser menos
favorables en un futuro. Para que un país logre el desarrollo económico,
primero debe tener un fuerte desarrollo institucional, y ese proceso no se está
dando en el Perú. Todo lo contrario, se está debilitando”,
Es hora en el Perú iniciar el gran debate ciudadano a nivel nacional,
regional, local y comunal, entendida ésta como la gran indignación de una
patria multicultural y multiétnica, hasta ahora no representada en una
república agotada que ha cambiado la hiperinflación y el terrorismo por la
delincuencia y la corrupción como los problemas agobiantes, en un país donde
5´400,000 trabajadores son informales.
El desarrollo de ciudadanía es fundamental como recuperación de la
peruanidad en sus dos ejes: derechos humanos y democracia social participativa,
en un escenario donde la “idolatría del mercado”, sigue destruyendo el
desarrollo humano, que como nunca hace necesario acciones de incidencia,
capaces de modificar políticas públicas que modifiquen gravísimos problemas
distributivos, que causan desigualdades entre costa, sierra y selva, con bajos
indicadores en salud y educación.
Nuestra juventud a lo largo de nuestro territorio, observa como se
continúa destruyendo la institucionalidad que es la base de un Estado de
derecho, cuya punta del iceberg ahora está en el Congreso de la República con
la elección de la congresista Martha Chávez en la Comisión de Derechos Humanos,
con lo cual continúa la repartija camino de convertir al Poder Legislativo en
un escenario con aceptación de cero por ciento.
El sabor que nos deja ésta casta política hasta ahora, es que
pertenecemos a una generación a la que nada nuevo se nos ha planteado, sólo
tenemos partidos caducos y casta políticas agotadas incapaces de movilizar el
entusiasmo ciudadano por la noble tarea política, lo cual crea un hondo vacío
de mística y propuestas programáticas para una seria construcción propia de un
programa que apunte a una regeneración moral del Estado.
Los nuevos indignados están en el Perú en la juventud, en los más del
64% de los informales (PEA), en la etnias serranas y selváticas, en los
migrantes posesionados de la costa, capaces de hacer incidencia en el Estado,
para diseñar las nuevas políticas públicas mediante la presión social en un
país donde existen US$
15 mil millones de dólares, inmovilizados y a cargo discrecional del MEF (fondos y reservas de contingencia).
Sentir que cada día el “Estado oficial” se aleja del “Perú real” nos
está conduciendo a que Marta Lagos, directora de Latinobarómetro nos diga: “la democracia en América Latina se ve retenida por la desigualdad en
el acceso a bienes políticos y también bienes económicos, pese a que la región
vive un nivel de prosperidad que no había visto antes”. Éste es el problema por
resolver.
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