Por: Nicolás Vasco
[1].
INTRODUCCIÓN
Una de las orientaciones centrales del partido en el presente periodo es, sin duda, el de la “triple acumulación” como método de trabajo en el marco de la táctica general del Nuevo Curso. Por ella, estamos obligados a entender que nuestra lucha debe articularse en tres grandes frentes: el ideológico, el político y el de masas.
En la historia del partido hay una notable y heroica tradición en la lucha de masas. Nos hemos destacado, en efecto, en la organización, agitación y propaganda alrededor de las luchas económicas de los trabajadores y de las reivindicaciones populares. Algo hemos aprendido a desarrollar también en la lucha ideológica, sobretodo en estas dos décadas de resistencia y progresivo desenmascaramiento del modelo neoliberal.
Pero es poco lo que hemos avanzado en el terreno de la lucha política. Sobre todo porque nos hemos limitado a señalar los lineamientos generales del Nuevo Curso, a perfilar la visión del partido revolucionario de masas o analizar la coyuntura y precisar la táctica electoral.
Lejos estamos de entender todavía la compleja y completa dimensión de la lucha política. Particularmente en lo que se refiere al trabajo político en las distintas esferas gubernamentales. De allí que, a pesar de haber tenido diversas experiencias de gobierno, invariablemente hemos fracasado en el intento.
Hoy tenemos una nueva oportunidad. Y no debemos desperdiciarla, en la medida que tal vez pueda ser una de las últimas para el proyecto revolucionario que representamos.
En este sentido, estamos obligados a sistematizar y desarrollar un marco teórico básico que oriente nuestra intervención en el gobierno regional, en la medida que si la lucha en y desde el gobierno es parte de la lucha de clases en general, no puede haber trabajo revolucionario eficiente en este frente si esta tarea no es iluminada también por una teoría igualmente revolucionaria.
Pienso que esta tarea puede comenzar a clarificarse reflexionando y actualizando, para nuestro tiempo y espacio de acción concreta, tres temas centrales de la historia del marxismo contemporáneo:
a. La actitud de los comunistas frente a la Democracia Burguesa, que de una manera más amplia involucra las relaciones entre la lucha por reformas y la lucha por la revolución.
b. El debate acerca de las diversas formas y fines de la lucha política. Y
c. La relaciones entre la ética y la política revolucionaria.
LOS COMUNISTAS Y LA LUCHA POR LA DEMOCRACIA
Actualizar la reflexión sobre este tópico es de suma importancia en la medida que las instituciones de gobierno, enmarcadas en la Constitución Política de 1993, han sido diseñadas para servir al modelo neoliberal y en tal sentido imponen un conjunto de limitaciones para la gestión de políticas, incluso para propuestas meramente progresistas.
Aprender a moverse en este escenario difícil con inteligencia, proyección estratégica y firmeza revolucionaria es clave para evitar convertirnos en meros administradores eficientes del Estado neoliberal o para evitar caer en las ilusiones demo-liberales que pueden llevarnos a confundir gobierno con poder.
Para evitar ambos riesgos, es necesario comprender, en primer lugar, que la esfera gubernamental, tal como ocurre con el conjunto de las superestructuras, dado el grado de relativa autonomía con las que operan respecto de la estructura económica, aparece también como un espacio de disputa y de definiciones que pueden ser bien aprovechadas desde la perspectiva del movimiento revolucionario.
La comprensión cabal del carácter dual de las instituciones democráticas burguesas, permitió entender a los comunistas acerca de la necesidad de tener en ciertos momentos históricos una firme y decidida participación en los espacios institucionales, pues como decía Lenin:
“Sería un error cardinal pensar que la lucha por la democracia puede desviar al proletariado de la revolución socialista o empeñar u oscurecer ésta, etc. Por el contrario, del mismo modo que no puede haber socialismo triunfante si éste no realiza la plena democracia, el proletariado no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía, sin librar una lucha en todos los aspectos, una lucha consecuente y revolucionaria por la democracia”.[2]
Debe aclararse que esta lucha “consecuente y revolucionaria por la democracia” no puede limitarse a la conquista libertades y derechos sociales desde el movimiento sindical y popular, como casi siempre se ha entendido esta tarea. En verdad, esta lucha, como la planteaba Lenin, debe hacerse en “todos los aspectos”. Y ello exige asumir que la lucha por la democratización también puede y debe hacerse desde el espacio de gobiernos dirigidos por fuerzas revolucionarias.
Fue ésta la concepción que tenía José Carlos Mariátegui, quien llegó a sostener, en el primer Programa del Partido, que en nuestro país la revolución proletaria exigía resolver previamente las tareas democrático burguesas no realizadas por la República, en la medida que sólo un “partido capacitado para el ejercicio del poder y en el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa (democrática) las tareas de la organización y defensa del orden socialista”[3].
Aunque el Amauta se refería a la primera etapa de la revolución, también es posible comprender dentro de su planteamiento la posibilidad de desarrollar dichas tareas desde el gobierno democrático burgués, en la medida que ejercer el gobierno y desarrollar un programa de reformas es siempre un espacio adecuado para que el partido se capacite para ejercer el poder.
Tal es también la doctrina que recoge la tesis del Nuevo Curso como táctica general para el periodo, en la medida que propone una lucha seria por reformas (Nueva República, Nueva Constitución, Proyecto Nacional de Desarrollo y Gobierno Democrático y Patriótico) que nos acerquen a los objetivos estratégicos de la lucha por el Socialismo. Tesis que han sido desarrolladas y precisadas en el VIII Congreso del Partido con la consigna de “prepararse para gobernar con respaldo activo del pueblo”[4], que de manera concreta nos exige forjar cuadros comunistas con probada capacidad para gobernar, para dar la batalla en el ámbito de las ideas, convencer a las masas y realizar una buena gestión, honesta y eficiente.
Se trata, en consecuencia, de ganar en calidad y tener capacidad de incidir en los acontecimientos, lo que depende no de los números sino de la calidad y de los métodos de trabajo y lucha. De allí la importancia de la formación de los cuadros. Si nos proponemos asumir el gobierno, tenemos siempre que prepararnos para hacerlo bien, no para seguir oponiéndose.
Debemos entender, en consecuencia, que nuestra intervención en el gobierno regional forma parte de la lucha general del proletariado y del pueblo por la democratización del país, en la medida que, a pesar de las limitaciones normativas e institucionales vigentes, una gestión progresista y de izquierda en el gobierno regional puede contribuir a la reorientación del patrón productivo regional primario exportador, profundizar el proceso de descentralización, promover la democracia participativa y garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales de la población (educación, salud, vivienda y trabajo digno).
ACCIÓN POLÍTICA Y GOBIERNO
A pesar que gobernar es normalmente la expresión concreta de la política, y que aquello es el objetivo general de todo partido político, en la izquierda peruana nunca comprendimos cabalmente esta cuestión ni hicimos todo lo que debimos para extender nuestra acción política a la esfera gubernamental.
Influenciados por una visión maximalista (que exigía prepararnos para la “toma del poder”) o por la opuesta visión minimalista, puramente reivindicativo-oposicionista, no nos preparamos en serio para gobernar como parte de nuestro proceso de acumulación de fuerzas para promover los grandes cambios que la patria necesita.
En ese sentido conviene tener presente, en primer lugar, que no puede haber gobierno sin propuesta política y que tampoco se puede hacer política sin propuesta de gobierno. Y si esta es una ley para la acción política en general, lo es más para la acción política revolucionaria, en la medida que si se carece de proyecto y de propuesta, la gestión política se limitará a mantener y consolidar lo ya establecido, sin promover cambio social alguno.
En este sentido, la formulación del programa, de los planes de gobierno y de las políticas públicas debidamente articuladas entre sí, es una exigencia ineludible, que nos exige crear e implantar entre nosotros una cultura y una visión de planificación estratégica, así como el pleno dominio de los instrumentos y técnicas del planeamiento de la gestión gubernamental.
En segundo lugar, debemos tener presente que gobernar implica también trabajar para hacer fluir un orden, desarrollarlo y transformarlo a favor de un bloque social, histórico y político concreto, en este caso el pueblo de Cajamarca y especialmente de sus fuerzas productivas esenciales: los trabajadores, los campesinos y los pequeños y medianos empresarios regionales.
Éste es, en efecto, el gran y principal objetivo de nuestro trabajo político desde dentro y desde fuera del gobierno regional: organizar y consolidar el bloque popular regional como sujeto histórico consciente de su tarea de cambiar nuestra región y el país.
Esta visión nos compromete a entender que el gobernar implica siempre un esfuerzo por organizar y orientar en un sentido determinado a toda la sociedad, más allá de la simple administración de las instituciones estatales. O sea, debemos entender nuestra participación en el gobierno de una manera integral, totalizadora, política y técnica, teórica y práctica.
Gramsci, el gran marxista italiano, nos recordaba que el gobierno podía definirse como un “complejo de actividades teóricas y prácticas con las que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio de clase, sino que logra también obtener el consenso activo de los gobernados”.[5]Gobernar es entonces una tarea encaminada a permitir el control y la orientación de una sociedad por parte de las instituciones estatales, siempre en un sentido determinado.
De esta definición se desprende que dos elementos juegan simultáneamente en toda acción de gobernar: la fuerza y el consenso, la dominación y la dirección; la dictadura y la hegemonía. Pero que cuando sólo se pone el énfasis en el primer aspecto se aparece como clase dominante, mientras que cuando se enfatiza el segundo aspecto se aparece como clase dirigente. Y es a esto último a lo que aspiramos.
En efecto, para gobernar bien no es suficiente usar los diversos mecanismos de coerción social (ejército, policía, administración, justicia), que son imprescindibles en momentos de crisis, cuando falta consenso social. Para gobernar bien siempre será necesario ejercitar, por sobre todo, los medios que permiten conseguir el consenso “espontáneo” de la población.
Entre estos últimos medios son significativos, entre otros, la gestión eficiente de los servicios públicos destinados a satisfacer las necesidades fundamentales de la población y la realización de actividades de educación y organización de las masas para conseguir su adhesión al proyecto gubernamental, en la medida que sólo cuando la ideología oficial se vuelve eficaz y popular se puede ejercer la hegemonía sobre toda la sociedad, o sea que se puede dirigirla.
Sólo una concepción como la señalada nos permitirá comprender con toda nitidez la relación que debe existir entre Gobierno y Partido, en la medida que uno y otro son instrumentos de una misma finalidad: convertir al bloque histórico social que representamos en factor dirigente de toda la sociedad.
Así, mientras al ejercer el gobierno, sobre todo al cumplir eficientemente sus funciones de prestación de servicios públicos y su tarea de educación y organización popular, se afirma desde arriba el prestigio de su propuesta y se gana la confianza social; el partido, desde abajo, debe trabajar en el mismo sentido, unificando y dirigiendo el bloque popular que haga posible el surgimiento de una sociedad realmente democrática.
El partido, entendido como un instrumento mediante el cual la clase trabajadora se organiza y va tomando consciencia de su misión histórica liberadora de los grupos oprimidos, tiene en este sentido dos tareas fundamentales: Recoger y asumir la experiencia espontanea de las masas (los órganos de la democracia directa, gérmenes del nuevo poder) e inscribirse en la red compleja tejida por los grupos populares para darles orientación política, para forjar a partir de ella una voluntad colectiva democrático popular y de orientación socialista.
Así queda clara que gobierno y partido comparten una misma misión: “operar sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva, para permitirle irrumpir como sujeto y protagonista en la escena de su historia", tal como Gramsci quería[6].
Esto implica compartir una visión singular de la gobernabilidad, que para nosotros significa atender a la población, atender la participación popular y fortalecer al partido como fuerza dirigente y conductora de masas. Y esto es así porque que la gobernabilidad sin el pueblo no es posible. Por eso, el eje de nuestra estrategia debe ser construir un hilo conductor entre gobierno-partido-pueblo.
Para ello requerimos, no sólo visión estratégica y objetivos claros, sino capacidad concreta para mantener la iniciativa política, para poder elegir siempre lo que queremos y no la alternativa que nos sugiere el adversario.
Gobernar desde nuestra perspectiva significa, en consecuencia, desatar todas las ligazones que nos impiden organizar a la sociedad, y desarrollar una estrategia de acumulación de fuerzas para hacer avanzar la causa revolucionaria.
ÉTICA Y POLÍTICA REVOLUCIONARIA
La relación entre y política, vista desde la perspectiva marxista, no se agota en la exigencia del cumplimiento de ciertos deberes morales generales como humildad, lealtad, transparencia, honestidad y decencia, que están sobrentendidos en nuestra condición de comunistas.
Demás estaría, en consecuencia, actualizar el debate sobre este tópico si nos limitáramos a reiterar un discurso moralista.
La verdadera relación entre la ética y la política marxista está en la formación de una clase o un bloque histórico con “moral de productores”, con verdadera voluntad de realización histórica.
Mariátegui precisaba, en efecto, que “La función ética del socialismo (…) debe ser buscada, no en grandilocuentes decálogos, ni en especulaciones filosóficas, que en ningún modo constituían una necesidad de la teorización marxista, sino en la creación de una moral de productores por el propio proceso de la lucha anticapitalista”[7].
“Una moral de productores, agregaba el Amauta, no surge mecánicamente del interés económico; se forma en la lucha de clases, librada con ánimo heroico, con voluntad apasionada”.
Esta moral de productores se forja precisamente cuando el trabajador se inserta en cualquier organización económica, pública o privada, y desde allí empieza a sentir la solidaridad del trabajo y la fuerza creadora del proceso productivo, en la medida que ese espacio laboral puede ser, según Mariátegui, “la más perfecta escuela de orgullo y humildad”.
El trabajador ganado por una “moral de productor” tiene que tener, por un lado y respecto de su actividad, “una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por toda suerte de diletantismo”, que lo lleve a demostrar la “dignidad del trabajo, el hábito al sacrificio y a la fatiga. Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de tolerancia e interdependencia, que se habitúa a la puntualidad, al rigor, a la continuidad.”[8]
Pero el trabajador con “moral de productor” no es sólo un buen trabajador productivo, tiene que incorporar también la consciencia de las condiciones que engendran la explotación y la injusticia social, para a partir de ella elevarse la condición de luchador social y de constructor de un orden nuevo.
Esta doble condición de la moral de productores es la que debemos asumir los camaradas asignados a las tareas en las instituciones regionales. En medio de un ambiente laboral altamente burocratizado y sin mayores aspiraciones que la lucha por un mejor salario, los comunistas tenemos que afirmarnos como fuerza creadora y heroica, capaz de cambiar los climas institucionales, creando una fuerza productiva eficiente y amable al servicio del pueblo y de sus nobles ideales de cambio social.
El esfuerzo por alcanzar la moral de productores no es una sólo una tarea de auto-cultivación de los comunistas, es también una tarea que tenemos que desarrollar al interior del bloque popular que intentamos consolidar como sujeto activo de los cambios sociales de nuestra región y del país.
Mariátegui insistía, en efecto, que “los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia”[9]. La revolución social, con su amplia labor civilizadora, sólo puede ser producto de una clase y de un pueblo con moral de productores, “muy distinta y muy distante de la moral de esclavos”.
Por eso el Amauta enfatizaba que “Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin más titulo ni más aptitud que los de su ilotismo y su miseria. El proletariado no ingresa en la historia políticamente sino como clase social; en el instante en que descubre su misión de edificar (…) un orden superior”.
En este sentido el bloque histórico social que queremos construir tiene que situarse en el terreno de la producción y de la lucha de clases, porque la capacidad de adquirir una moral de productores no surge por milagro. Esa capacidad se adquiere, según Mariátegui, situándose sólidamente en el terreno de la economía, de la producción. Y también situándose sólidamente en el terreno de la lucha política como portador de un nuevo orden social.
El Amauta creía, en efecto, que la moral de la clase trabajadora “depende de la energía y heroísmo con que se opera en este terreno y de la amplitud con que se domine la economía burguesa”, lo que también debe implicar una dominio de la política en las instituciones burguesas como parte de su capacitación para desarrollar, más adelante, su propio programa.
La comprensión cabal de esta dinámica ética que nos impone el imperativo de forjarnos como fuerza dirigente (que no sólo es capaz de ver más lejos sino que es capaz también del mayor de los sacrificios), nos permitirá afrontar con mejores armas los diversos dilemas político-morales que afrontaremos a lo largo de esta gestión pública, derivados de la presión de la derecha y los límites de la legalidad, el individualismo o el pragmatismo que puede imponerse entre nosotros.
El riesgo de no asumir una posición correcta en este tema es grande. Hay muchas experiencias negativas al respecto, porque el debilitamiento ideológico en periodos de ejercicio de gobierno implica la pérdida irremediable de la brújula revolucionaria, la apertura al oportunismo y la afectación de la relación con las masas.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
El Partido debe promover una campaña de estudio y reflexión permanente sobre nuestra acción en el gobierno regional y sobre la forma de articularla con el trabajo desde el seno de las masas.
Para ello, los tópicos contenidos en este ensayo apenas son apenas una invitación al debate y a la elaboración de la doctrina que sirva para iluminar correctamente nuestras tareas en este importante periodo político en nuestra región. Son apenas las primeras reflexiones para abrir una intensa lucha ideológica interna, absolutamente necesaria y urgente.
Me gusta la gente que vibra,
que no hay que empujarla,
que no hay que decirle que
haga las cosas,
sino que sabe lo que hay
qué hacer y que las hace.
(Mario Benedetti)
--------------------------------------------------------------------------------
[1]Responsable Político del CL “Genaro Cuenca Palacios”.
[2]Lenin. “La revolución socialista y el derecho a la autodeterminación”. Obras Completas. Tomo XIX.
[3]Mariátegui. “Principios Programáticos del Partido Socialista” en Ideología y Política. Obras Completas. Tomo 13.
[4]Partido Comunista del Perú “Patria Roja”. Informe Político del Comité Central al VIII Congreso Nacional.
[5]Guibal, Francis. Introducción a Gramsci. Página 55.
[6]GIBAL, Obra citada. Página 61.
[7]MARIÁTEGUI, José Carlos. Defensa del Marxismo. Colección Obras Completas, Volumen 5. Página 57.
[8]MARIÁTEGUI, José Carlos. Obra citada. Página 61.
[9]MARIÁTEGUI, Obra citada. Páginas 72 y 73.
[1].
INTRODUCCIÓN
Una de las orientaciones centrales del partido en el presente periodo es, sin duda, el de la “triple acumulación” como método de trabajo en el marco de la táctica general del Nuevo Curso. Por ella, estamos obligados a entender que nuestra lucha debe articularse en tres grandes frentes: el ideológico, el político y el de masas.
En la historia del partido hay una notable y heroica tradición en la lucha de masas. Nos hemos destacado, en efecto, en la organización, agitación y propaganda alrededor de las luchas económicas de los trabajadores y de las reivindicaciones populares. Algo hemos aprendido a desarrollar también en la lucha ideológica, sobretodo en estas dos décadas de resistencia y progresivo desenmascaramiento del modelo neoliberal.
Pero es poco lo que hemos avanzado en el terreno de la lucha política. Sobre todo porque nos hemos limitado a señalar los lineamientos generales del Nuevo Curso, a perfilar la visión del partido revolucionario de masas o analizar la coyuntura y precisar la táctica electoral.
Lejos estamos de entender todavía la compleja y completa dimensión de la lucha política. Particularmente en lo que se refiere al trabajo político en las distintas esferas gubernamentales. De allí que, a pesar de haber tenido diversas experiencias de gobierno, invariablemente hemos fracasado en el intento.
Hoy tenemos una nueva oportunidad. Y no debemos desperdiciarla, en la medida que tal vez pueda ser una de las últimas para el proyecto revolucionario que representamos.
En este sentido, estamos obligados a sistematizar y desarrollar un marco teórico básico que oriente nuestra intervención en el gobierno regional, en la medida que si la lucha en y desde el gobierno es parte de la lucha de clases en general, no puede haber trabajo revolucionario eficiente en este frente si esta tarea no es iluminada también por una teoría igualmente revolucionaria.
Pienso que esta tarea puede comenzar a clarificarse reflexionando y actualizando, para nuestro tiempo y espacio de acción concreta, tres temas centrales de la historia del marxismo contemporáneo:
a. La actitud de los comunistas frente a la Democracia Burguesa, que de una manera más amplia involucra las relaciones entre la lucha por reformas y la lucha por la revolución.
b. El debate acerca de las diversas formas y fines de la lucha política. Y
c. La relaciones entre la ética y la política revolucionaria.
LOS COMUNISTAS Y LA LUCHA POR LA DEMOCRACIA
Actualizar la reflexión sobre este tópico es de suma importancia en la medida que las instituciones de gobierno, enmarcadas en la Constitución Política de 1993, han sido diseñadas para servir al modelo neoliberal y en tal sentido imponen un conjunto de limitaciones para la gestión de políticas, incluso para propuestas meramente progresistas.
Aprender a moverse en este escenario difícil con inteligencia, proyección estratégica y firmeza revolucionaria es clave para evitar convertirnos en meros administradores eficientes del Estado neoliberal o para evitar caer en las ilusiones demo-liberales que pueden llevarnos a confundir gobierno con poder.
Para evitar ambos riesgos, es necesario comprender, en primer lugar, que la esfera gubernamental, tal como ocurre con el conjunto de las superestructuras, dado el grado de relativa autonomía con las que operan respecto de la estructura económica, aparece también como un espacio de disputa y de definiciones que pueden ser bien aprovechadas desde la perspectiva del movimiento revolucionario.
La comprensión cabal del carácter dual de las instituciones democráticas burguesas, permitió entender a los comunistas acerca de la necesidad de tener en ciertos momentos históricos una firme y decidida participación en los espacios institucionales, pues como decía Lenin:
“Sería un error cardinal pensar que la lucha por la democracia puede desviar al proletariado de la revolución socialista o empeñar u oscurecer ésta, etc. Por el contrario, del mismo modo que no puede haber socialismo triunfante si éste no realiza la plena democracia, el proletariado no puede prepararse para la victoria sobre la burguesía, sin librar una lucha en todos los aspectos, una lucha consecuente y revolucionaria por la democracia”.[2]
Debe aclararse que esta lucha “consecuente y revolucionaria por la democracia” no puede limitarse a la conquista libertades y derechos sociales desde el movimiento sindical y popular, como casi siempre se ha entendido esta tarea. En verdad, esta lucha, como la planteaba Lenin, debe hacerse en “todos los aspectos”. Y ello exige asumir que la lucha por la democratización también puede y debe hacerse desde el espacio de gobiernos dirigidos por fuerzas revolucionarias.
Fue ésta la concepción que tenía José Carlos Mariátegui, quien llegó a sostener, en el primer Programa del Partido, que en nuestro país la revolución proletaria exigía resolver previamente las tareas democrático burguesas no realizadas por la República, en la medida que sólo un “partido capacitado para el ejercicio del poder y en el desarrollo de su propio programa, realiza en esta etapa (democrática) las tareas de la organización y defensa del orden socialista”[3].
Aunque el Amauta se refería a la primera etapa de la revolución, también es posible comprender dentro de su planteamiento la posibilidad de desarrollar dichas tareas desde el gobierno democrático burgués, en la medida que ejercer el gobierno y desarrollar un programa de reformas es siempre un espacio adecuado para que el partido se capacite para ejercer el poder.
Tal es también la doctrina que recoge la tesis del Nuevo Curso como táctica general para el periodo, en la medida que propone una lucha seria por reformas (Nueva República, Nueva Constitución, Proyecto Nacional de Desarrollo y Gobierno Democrático y Patriótico) que nos acerquen a los objetivos estratégicos de la lucha por el Socialismo. Tesis que han sido desarrolladas y precisadas en el VIII Congreso del Partido con la consigna de “prepararse para gobernar con respaldo activo del pueblo”[4], que de manera concreta nos exige forjar cuadros comunistas con probada capacidad para gobernar, para dar la batalla en el ámbito de las ideas, convencer a las masas y realizar una buena gestión, honesta y eficiente.
Se trata, en consecuencia, de ganar en calidad y tener capacidad de incidir en los acontecimientos, lo que depende no de los números sino de la calidad y de los métodos de trabajo y lucha. De allí la importancia de la formación de los cuadros. Si nos proponemos asumir el gobierno, tenemos siempre que prepararnos para hacerlo bien, no para seguir oponiéndose.
Debemos entender, en consecuencia, que nuestra intervención en el gobierno regional forma parte de la lucha general del proletariado y del pueblo por la democratización del país, en la medida que, a pesar de las limitaciones normativas e institucionales vigentes, una gestión progresista y de izquierda en el gobierno regional puede contribuir a la reorientación del patrón productivo regional primario exportador, profundizar el proceso de descentralización, promover la democracia participativa y garantizar el ejercicio de los derechos fundamentales de la población (educación, salud, vivienda y trabajo digno).
ACCIÓN POLÍTICA Y GOBIERNO
A pesar que gobernar es normalmente la expresión concreta de la política, y que aquello es el objetivo general de todo partido político, en la izquierda peruana nunca comprendimos cabalmente esta cuestión ni hicimos todo lo que debimos para extender nuestra acción política a la esfera gubernamental.
Influenciados por una visión maximalista (que exigía prepararnos para la “toma del poder”) o por la opuesta visión minimalista, puramente reivindicativo-oposicionista, no nos preparamos en serio para gobernar como parte de nuestro proceso de acumulación de fuerzas para promover los grandes cambios que la patria necesita.
En ese sentido conviene tener presente, en primer lugar, que no puede haber gobierno sin propuesta política y que tampoco se puede hacer política sin propuesta de gobierno. Y si esta es una ley para la acción política en general, lo es más para la acción política revolucionaria, en la medida que si se carece de proyecto y de propuesta, la gestión política se limitará a mantener y consolidar lo ya establecido, sin promover cambio social alguno.
En este sentido, la formulación del programa, de los planes de gobierno y de las políticas públicas debidamente articuladas entre sí, es una exigencia ineludible, que nos exige crear e implantar entre nosotros una cultura y una visión de planificación estratégica, así como el pleno dominio de los instrumentos y técnicas del planeamiento de la gestión gubernamental.
En segundo lugar, debemos tener presente que gobernar implica también trabajar para hacer fluir un orden, desarrollarlo y transformarlo a favor de un bloque social, histórico y político concreto, en este caso el pueblo de Cajamarca y especialmente de sus fuerzas productivas esenciales: los trabajadores, los campesinos y los pequeños y medianos empresarios regionales.
Éste es, en efecto, el gran y principal objetivo de nuestro trabajo político desde dentro y desde fuera del gobierno regional: organizar y consolidar el bloque popular regional como sujeto histórico consciente de su tarea de cambiar nuestra región y el país.
Esta visión nos compromete a entender que el gobernar implica siempre un esfuerzo por organizar y orientar en un sentido determinado a toda la sociedad, más allá de la simple administración de las instituciones estatales. O sea, debemos entender nuestra participación en el gobierno de una manera integral, totalizadora, política y técnica, teórica y práctica.
Gramsci, el gran marxista italiano, nos recordaba que el gobierno podía definirse como un “complejo de actividades teóricas y prácticas con las que la clase dirigente no sólo justifica y mantiene su dominio de clase, sino que logra también obtener el consenso activo de los gobernados”.[5]Gobernar es entonces una tarea encaminada a permitir el control y la orientación de una sociedad por parte de las instituciones estatales, siempre en un sentido determinado.
De esta definición se desprende que dos elementos juegan simultáneamente en toda acción de gobernar: la fuerza y el consenso, la dominación y la dirección; la dictadura y la hegemonía. Pero que cuando sólo se pone el énfasis en el primer aspecto se aparece como clase dominante, mientras que cuando se enfatiza el segundo aspecto se aparece como clase dirigente. Y es a esto último a lo que aspiramos.
En efecto, para gobernar bien no es suficiente usar los diversos mecanismos de coerción social (ejército, policía, administración, justicia), que son imprescindibles en momentos de crisis, cuando falta consenso social. Para gobernar bien siempre será necesario ejercitar, por sobre todo, los medios que permiten conseguir el consenso “espontáneo” de la población.
Entre estos últimos medios son significativos, entre otros, la gestión eficiente de los servicios públicos destinados a satisfacer las necesidades fundamentales de la población y la realización de actividades de educación y organización de las masas para conseguir su adhesión al proyecto gubernamental, en la medida que sólo cuando la ideología oficial se vuelve eficaz y popular se puede ejercer la hegemonía sobre toda la sociedad, o sea que se puede dirigirla.
Sólo una concepción como la señalada nos permitirá comprender con toda nitidez la relación que debe existir entre Gobierno y Partido, en la medida que uno y otro son instrumentos de una misma finalidad: convertir al bloque histórico social que representamos en factor dirigente de toda la sociedad.
Así, mientras al ejercer el gobierno, sobre todo al cumplir eficientemente sus funciones de prestación de servicios públicos y su tarea de educación y organización popular, se afirma desde arriba el prestigio de su propuesta y se gana la confianza social; el partido, desde abajo, debe trabajar en el mismo sentido, unificando y dirigiendo el bloque popular que haga posible el surgimiento de una sociedad realmente democrática.
El partido, entendido como un instrumento mediante el cual la clase trabajadora se organiza y va tomando consciencia de su misión histórica liberadora de los grupos oprimidos, tiene en este sentido dos tareas fundamentales: Recoger y asumir la experiencia espontanea de las masas (los órganos de la democracia directa, gérmenes del nuevo poder) e inscribirse en la red compleja tejida por los grupos populares para darles orientación política, para forjar a partir de ella una voluntad colectiva democrático popular y de orientación socialista.
Así queda clara que gobierno y partido comparten una misma misión: “operar sobre un pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar su voluntad colectiva, para permitirle irrumpir como sujeto y protagonista en la escena de su historia", tal como Gramsci quería[6].
Esto implica compartir una visión singular de la gobernabilidad, que para nosotros significa atender a la población, atender la participación popular y fortalecer al partido como fuerza dirigente y conductora de masas. Y esto es así porque que la gobernabilidad sin el pueblo no es posible. Por eso, el eje de nuestra estrategia debe ser construir un hilo conductor entre gobierno-partido-pueblo.
Para ello requerimos, no sólo visión estratégica y objetivos claros, sino capacidad concreta para mantener la iniciativa política, para poder elegir siempre lo que queremos y no la alternativa que nos sugiere el adversario.
Gobernar desde nuestra perspectiva significa, en consecuencia, desatar todas las ligazones que nos impiden organizar a la sociedad, y desarrollar una estrategia de acumulación de fuerzas para hacer avanzar la causa revolucionaria.
ÉTICA Y POLÍTICA REVOLUCIONARIA
La relación entre y política, vista desde la perspectiva marxista, no se agota en la exigencia del cumplimiento de ciertos deberes morales generales como humildad, lealtad, transparencia, honestidad y decencia, que están sobrentendidos en nuestra condición de comunistas.
Demás estaría, en consecuencia, actualizar el debate sobre este tópico si nos limitáramos a reiterar un discurso moralista.
La verdadera relación entre la ética y la política marxista está en la formación de una clase o un bloque histórico con “moral de productores”, con verdadera voluntad de realización histórica.
Mariátegui precisaba, en efecto, que “La función ética del socialismo (…) debe ser buscada, no en grandilocuentes decálogos, ni en especulaciones filosóficas, que en ningún modo constituían una necesidad de la teorización marxista, sino en la creación de una moral de productores por el propio proceso de la lucha anticapitalista”[7].
“Una moral de productores, agregaba el Amauta, no surge mecánicamente del interés económico; se forma en la lucha de clases, librada con ánimo heroico, con voluntad apasionada”.
Esta moral de productores se forja precisamente cuando el trabajador se inserta en cualquier organización económica, pública o privada, y desde allí empieza a sentir la solidaridad del trabajo y la fuerza creadora del proceso productivo, en la medida que ese espacio laboral puede ser, según Mariátegui, “la más perfecta escuela de orgullo y humildad”.
El trabajador ganado por una “moral de productor” tiene que tener, por un lado y respecto de su actividad, “una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por toda suerte de diletantismo”, que lo lleve a demostrar la “dignidad del trabajo, el hábito al sacrificio y a la fatiga. Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de tolerancia e interdependencia, que se habitúa a la puntualidad, al rigor, a la continuidad.”[8]
Pero el trabajador con “moral de productor” no es sólo un buen trabajador productivo, tiene que incorporar también la consciencia de las condiciones que engendran la explotación y la injusticia social, para a partir de ella elevarse la condición de luchador social y de constructor de un orden nuevo.
Esta doble condición de la moral de productores es la que debemos asumir los camaradas asignados a las tareas en las instituciones regionales. En medio de un ambiente laboral altamente burocratizado y sin mayores aspiraciones que la lucha por un mejor salario, los comunistas tenemos que afirmarnos como fuerza creadora y heroica, capaz de cambiar los climas institucionales, creando una fuerza productiva eficiente y amable al servicio del pueblo y de sus nobles ideales de cambio social.
El esfuerzo por alcanzar la moral de productores no es una sólo una tarea de auto-cultivación de los comunistas, es también una tarea que tenemos que desarrollar al interior del bloque popular que intentamos consolidar como sujeto activo de los cambios sociales de nuestra región y del país.
Mariátegui insistía, en efecto, que “los marxistas no creemos que la empresa de crear un nuevo orden social, superior al orden capitalista, incumba a una amorfa masa de parias y de oprimidos, guiada por evangélicos predicadores del bien. La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia”[9]. La revolución social, con su amplia labor civilizadora, sólo puede ser producto de una clase y de un pueblo con moral de productores, “muy distinta y muy distante de la moral de esclavos”.
Por eso el Amauta enfatizaba que “Una nueva civilización no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin más titulo ni más aptitud que los de su ilotismo y su miseria. El proletariado no ingresa en la historia políticamente sino como clase social; en el instante en que descubre su misión de edificar (…) un orden superior”.
En este sentido el bloque histórico social que queremos construir tiene que situarse en el terreno de la producción y de la lucha de clases, porque la capacidad de adquirir una moral de productores no surge por milagro. Esa capacidad se adquiere, según Mariátegui, situándose sólidamente en el terreno de la economía, de la producción. Y también situándose sólidamente en el terreno de la lucha política como portador de un nuevo orden social.
El Amauta creía, en efecto, que la moral de la clase trabajadora “depende de la energía y heroísmo con que se opera en este terreno y de la amplitud con que se domine la economía burguesa”, lo que también debe implicar una dominio de la política en las instituciones burguesas como parte de su capacitación para desarrollar, más adelante, su propio programa.
La comprensión cabal de esta dinámica ética que nos impone el imperativo de forjarnos como fuerza dirigente (que no sólo es capaz de ver más lejos sino que es capaz también del mayor de los sacrificios), nos permitirá afrontar con mejores armas los diversos dilemas político-morales que afrontaremos a lo largo de esta gestión pública, derivados de la presión de la derecha y los límites de la legalidad, el individualismo o el pragmatismo que puede imponerse entre nosotros.
El riesgo de no asumir una posición correcta en este tema es grande. Hay muchas experiencias negativas al respecto, porque el debilitamiento ideológico en periodos de ejercicio de gobierno implica la pérdida irremediable de la brújula revolucionaria, la apertura al oportunismo y la afectación de la relación con las masas.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
El Partido debe promover una campaña de estudio y reflexión permanente sobre nuestra acción en el gobierno regional y sobre la forma de articularla con el trabajo desde el seno de las masas.
Para ello, los tópicos contenidos en este ensayo apenas son apenas una invitación al debate y a la elaboración de la doctrina que sirva para iluminar correctamente nuestras tareas en este importante periodo político en nuestra región. Son apenas las primeras reflexiones para abrir una intensa lucha ideológica interna, absolutamente necesaria y urgente.
Me gusta la gente que vibra,
que no hay que empujarla,
que no hay que decirle que
haga las cosas,
sino que sabe lo que hay
qué hacer y que las hace.
(Mario Benedetti)
--------------------------------------------------------------------------------
[1]Responsable Político del CL “Genaro Cuenca Palacios”.
[2]Lenin. “La revolución socialista y el derecho a la autodeterminación”. Obras Completas. Tomo XIX.
[3]Mariátegui. “Principios Programáticos del Partido Socialista” en Ideología y Política. Obras Completas. Tomo 13.
[4]Partido Comunista del Perú “Patria Roja”. Informe Político del Comité Central al VIII Congreso Nacional.
[5]Guibal, Francis. Introducción a Gramsci. Página 55.
[6]GIBAL, Obra citada. Página 61.
[7]MARIÁTEGUI, José Carlos. Defensa del Marxismo. Colección Obras Completas, Volumen 5. Página 57.
[8]MARIÁTEGUI, José Carlos. Obra citada. Página 61.
[9]MARIÁTEGUI, Obra citada. Páginas 72 y 73.
No hay comentarios:
Publicar un comentario