DICIEMBRE 08, 2015
Por: Manuel Guerra.
Desde su aparición, uno de los empeños más tenaces del neoliberalismo ha consistido en pretender demostrar la caducidad del socialismo, del pensamiento marxista y de las organizaciones políticas que se adhieren a esa doctrina. En lo más enconado de la ofensiva neoliberal Fukuyama proclamó que el desplome de la ex Unión Soviética demostraba la inviabilidad del socialismo, que se había llegado al fin de la Historia, que el capitalismo podía ser reformado, perfeccionado, pero no superado. Los valores neoliberales sustentados en el pragmatismo, el egoísmo y el individualismo extremos fueron presentados como lo moderno, lo nuevo, lo progresivo, en tanto que a los portadores del pensamiento socialista se los catalogó de dinosaurios, fósiles y cosas parecidas.
En el Perú el vendaval neoliberal causó estragos en los fueros de la izquierda y el movimiento social organizado que fueron protagonistas de las luchas populares durante el siglo XX. En este contexto aparecieron en escena agrupaciones contestatarias, muchas de ellas sustentadas en los programas y los fondos provenientes de ONGs europeas y norteamericanas, reforzadas con personajes otrora radicales que cuando las papas quemaban pasaron a la pasividad y después reaparecieron reciclados, enarbolando novísimos discursos, proclamándose los campeones de la renovación. Sin querer queriendo, enfilaron sus baterías contra la izquierda marxista tomando armas prestadas del arsenal neoliberal, lamentándose, ay, que lo que ellos denominan la “vieja izquierda peruana”, no termine de morir (Arbizú dixit), pues como menciona el poeta, los muertos que vos matáis gozan de buena salud.
Julio Arbizú es un reconocido profesional al que nadie le va a retacear sus méritos en la lucha contra la corrupción. No obstante pierde objetividad a la hora de exponer sus preferencias políticas. Haciendo coro a los escuderos de Democracia Directa, responsabiliza a Patria Roja y a Únete por la ruptura de UD, pasando por alto olímpicamente el escandaloso fraude (con falsificación de firmas y robo de actas incluidas) perpetradas por DD, con complicidad del BNP y Sergio Tejada, su candidato predilecto. Llama la atención que este acucioso investigador no se tome siquiera la molestia de revisar las pruebas del delito, expuestas a la opinión pública por los representantes de Únete.
Arbizú es libre de apuntalar a su candidato, pero para ello no necesita falsear u ocultar los hechos, ni recurrir al cargamontón contra Patria Roja y las organizaciones de izquierda que no son de su devoción. No es ético, ni tampoco muestra de renovación avalar un fraude y descalificar a otros en base a prejuicios.
Vale recordarle a Arbizú que esas organizaciones a las que él denomina caducas e insignificantes, cargaron sobre sus hombros lo fundamental de la lucha por la democracia, la soberanía, la defensa de los recursos y los derechos laborales durante el siglo pasado y lo que va del presente. Fueron las que se enfrentaron a las dictaduras militares, dejando su cuota de militantes muertos, encarcelados, deportados y perseguidos. No debe olvidar que Patria Roja y los partidos de esa izquierda estuvieron en la base, en primera fila, enfrentando a Sendero Luminoso, al fujimorismo y a los gobiernos de turno que hicieron un festín para las transnacionales.
¿Se habrá dado el trabajo Arbizú de revisar el programa de Únete y de los partidos que lo conforman para hablar de la caducidad de sus discursos? Sería bueno que sustente qué es lo que no sirve, lo anticuado de esas propuestas.
La renovación, como un proceso integral, que permite colocar al pensamiento y las formas de hacer política a la altura de los retos del presente, y que incluye la renovación generacional, es algo que estamos obligados a hacer, con mayor razón si pretendemos erigirnos en alternativa a la situación calamitosa que vive el país. En este proceso la crítica fraterna, abierta, es necesaria y ayuda mucho. Lo otro, el prejuicio y la inquina hay que dejárselo a esa derecha decadente, de la que debemos saber diferenciarnos.
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