De: Salvador Mendoza Maquiavelo rodavlasmm@yahoo.es
Para: Ubaldo Tejada Guerrero "EL PENSIONISTA" utguerrero31@yahoo.es
12 DE OCTUBRE, SIN RESURRECCIÓN
Las explicaciones las encontramos en el
Pasado. El propósito es gozar del futuro.
Las explicaciones las encontramos en el
Pasado. El propósito es gozar del futuro.
Cuando aún el mundo era cuadrado, América nativa no tenía más dueños que a sus habitantes, ella era como sus hijos querían que fuese. Bella. Este mundo estaba rodeado de mares; y un inca del Tawantinsuyo se aventuró a ir en una embarcación de palos y toldos de paja a buscar los secretos más allá de las aguas. Regresó convencido de que todo era un inmenso 0céano sin derrotero. Salvo ellos, lo demás eran aguas que protegían a Viracocha.
Era un paraíso, todo era de los hombres que la habitaban. Ellos habían sido paridos por la tierra. El Sol y la Luna los pusieron allí y les prodigaron calor y luz. La Tierra madre era generosa. Sus hijos trabajaban su vientre y persistían en los labrantíos. Crearon muchas naciones originales. Idiosincrasias compatibles en un mismo territorio Y disfrutaron los suelos y sus frutos, compartiéndolo. No hubo hambrientos ni niños y ancianos abandonados. Aquí el trabajo transformaba las montañas sin afectar a la naturaleza. La gozaron cada día y en cada estación, aun cuando había poderosos que tomaban lo suyo antes que los demás. Pero alcanzaba para todos.
Era verdadero este paraíso de hombres laboriosos. Cada uno era valorado por su trabajo y en su capacidad de trabajar juntos para resolver los problemas comunales. El oro, la plata y el cobre servían como ornamento en los templos de sus dioses o como herramientas útiles en la medida del trabajo, nada más. Los frutos de la tierra, como ahora, eran los bienes más apreciados. La gente cantaba mientras trabajaba, también morían cantando y hacían el amor cantando con el vientre, sólo al nacer se lloraba por eso les alegraban la vida dotándoles de una parcela de tierra y asegurar su alegría de vivir. Nada hay más hermoso que la mirada optimista ante el porvenir.
Tuvieron leyes, nunca escritas, pero cada hombre o mujer las conocían y amaban. Eran divinas, provenían de la sabiduría. Prohibían el robo, la mentira y la pereza. Procuraban la amistad, que la tierra fuese siempre fértil, de acuerdo a los mandatos naturales y que el futuro estuviese asegurado para todos. Claro, había los que aseguraban su placer antes y en demasía que los demás, pero aún así cantaban satisfechos.
El amor era tan sagrado como para casarse sin antes haberse conocido íntimamente. Eso era sabio, a un ser humano se le conoce plenamente en la intimidad, antes de formar el hogar.
Si el sol lucía esplendoroso, eran felices; la tierra fructificaba. Entristecían si se ocultaba molesto por el despilfarro de los bienes. En compensación, creaban canales, andenes, surcos, tambos, cuidaban solícitos las plantas y animales, eran de la misma estirpe, hijos de una misma tierra. Todo lo que necesitaban, sus dioses les facilitaban: lluvia, ríos, lagos, bosques, semillas, aire, llanuras, montañas, nevados, todo anudado por la misma cadena que terminaba en el mismo punto del renuevo. Comprendieron que el fin era aparente, pues todo volvía a comenzar como las vueltas del Sol y la Luna. Aprendieron también que todo podía cambiar favorablemente dentro de los límites de la misma naturaleza, únicamente tenían que trabajar como lo hacía la luz y el calor, todo a su tiempo, con paciencia. El trabajo era la fuerza vital, todo hacía germinar. Y el agua, el prodigio de la vida, había que cuidarla como se atiende a los hijos.
Eran fuertes porque tenían los secretos en sus manos hacendosas, creadoras. Se sustentaban en su propia fuerza mancomunada, en la sabiduría y el respeto por el mandato de la madre. Podían cambiar de lugar a las montañas o conducir las aguas por las alturas inaccesibles o entre quebradas violentas; sólo con la fuerza organizada de todos, el agua era obediente y con su hermosa sinfonía también recorría los valles.
Los otros hombres, fuera de los límites, se avinieron a ser parte de la nueva forma de trabajo y los que no quisieron y malgastaban las aguas y ofendían a los dioses, los sometieron mediante la guerra y les enseñaron todos los ritos del trabajo que satisfacía a la Madre Tierra. Pero la rebeldía persistía porque sus dioses habían sido humillados por otros dioses extraños.
Sabían que mientras dormían o cuando se entregaban a los placeres de la música y la danza, ella trabajaba incansablemente elaborando los frutos en sus entrañas para premiar el trabajo de cada hijo, según su esfuerzo y amor. Cada uno sabía que había que anudar todos los trabajos en uno solo, que cada parcela tenía que recibir el sudor de los hijos. Nada era tan desgraciado como no tener un lugar en que trabajar, eran estériles como las piedras abandonadas por el agua y el Sol.
Así fue el mundo que habían construido, con hambre y sudor, con guerras, rencores, pero aún en las batallas y en las tempestades aprendieron a ser generosos.
A pesar de todo esto, descubrieron que el ser humano es el comienzo y el fin de todo lo divino, que sin el hombre también los dioses morían. Ambos eran la palanca del elan vital.
Entonces la tierra devino en redonda. Llegaron hombres extraños, bautizados con el fuego de todas las ambiciones, con el carácter siniestro de todos los venenos incubados y fermentados en miles de años de guerra, sediciones, traiciones y conspiraciones. El mundo que ellos habían hecho cuadrado, en el que ya no cabía la vastedad de sus ambiciones ni los cañones y arcabuces, ya no le placía a su nervio infecto de poder. Vinieron cabalgando truenos, se mostraron como ángeles, pero eran guerreros fementidos que traían escondidas las armas de la traición en la fantasía de los espejos y en los vidrios de sus cuentas de colores. Ese día las almas de los hombres de esta Tierra fueron sustituidas por el brillo efímero de los metales. La tierra, herida de muerte, perforada en sus entrañas para extraer metales, nunca más florecería con toda su fuerza fructuosa. Es una larga agonía, algún día concluirá y con ello sucumbirá toda forma de vida: catástrofes inimaginables destruirán vergeles como maldiciones de los dioses nativos.
Eran cobardes, pero la ambición era más poderosa, por eso quemaron sus naves para no tener más alternativa que la de matar y matar hasta vencer. La tierra quedó regada de cadáveres de niños, mujeres, ancianos y guerreros que perecieron ante las arnas del hombre extraño que usaba a otros hombres y perros feroces, amaestrados, para matar hasta el cansancio. Sucumbieron con la rabia de haber sido vencidos por los hijos de un dios extraño y cruel. Su intelección de la vida se convirtió en un mundo de laberintos con muertes oprobiosas y torturas que demostraron la naturaleza malvada de sus apetitos; perpetraron violaciones, robos, practicaron las mentiras y se dedicaron a la ociosidad. Ahora todo estaba patas arriba y ellos quedaron fuera de toda valoración humana, ni siquiera merecieron lástima. Hubieron excepciones, pero sin fuerza para persuadir a su propio dios omnipotente para que intercediera, en defensa de las víctimas, ante sus enfervorizados siervos a causa de las ambiciones, para que detuviese las enfermedades raras que diezmaban poblaciones enteras y les permitieran sembrar la tierra y no murieran por miles en los caminos buscando de comer. Tan duro era esto que un español logró escribir una carta a la autoridad española en este nuevo mundo: Mírelo bien por entero, señor gobernador, que allá va el recogedor y aquí queda el carnicero.
El escándalo era en el viejo continente, donde la tierra ya no tenía fuerza y daba frutos limitados. Corrió como un rayo errante la noticia de que el mundo era redondo, recorrió cada rincón del continente de las ambiciones, que allende los mares habían animales extraños como monos gigantes que no hablaban ninguna lengua conocida ni tenían alma, pero que eran dueños de inmensos tesoros, de que había una ciudad colosal, escondida en algún lugar de la selva, hecha de oro y plata puros y adornada con pedrería preciosa como nunca nadie ha visto jamás. Desde ese día los ambiciosos no podían dormir por soñar con esos inmensos tesoros en sus manos. Algunos perdieron el juicio, y quisieron ir a la nueva tierra remando en viejas barcazas con escaso bastimento, naufragaron juntos con sus fantasías desquiciadas por fantasmagoría de reinos dorados. Y otros que llegaron acompañados de bandidos y toda clase de desalmados, murieron a manos de sus propios con pañeros por unas cuantas piezas de metales preciosos. Era una orgía de ambiciones desmedidas y de sangre en disputas horribles. A otro, los nativos le dieron de beber oro líquido. Demás ilusos, afiebrados por los cuentos sobre oro en polvo o ciudades doradas, inventados por nuestros ancestros para que se alejaran y los dejaran en paz con la tierra que siempre les había compensado con abundantes frutos. Se aventuraron por la selva navegando el río más caudaloso del mundo hasta llegar al océano por donde habían venido de España. Lo único que descubrieron fueron árboles gigantescos, extrañas flores y animales y vieron hermosas mujeres rubias ilusorias.
Los que regresaron a España, cruzando mares y empujados por vientos novísimos, se presentaron ante la corte real portando los tesoros recolectados con muerte y destrucción de poblados, llevaron animales y plantas exóticas. Lo asombroso fue los nativos apresados en diferentes naciones. Les pidieron que hablaran, pero permanecieron mudos, No entienden vuestra majestad, no tienen entendimiento, tampoco tienen alma y soportan el sufrimiento como las bestias. Son cobardes, mentirosos, son paganos, son como los bárbaros. No saben apreciar el valor de los metales y piedras preciosos que es abundante como para comprar todo un continente.
El viejo continente estaba afiebrado, bullía la avaricia, todos deseaban ser afortunados en el viaje a estas nuevas tierras para regresar cargado de grandes tesoros y hacerse señor de las cortes y no trabajar nunca más.
En oleadas se vinieron a este lado del mundo sin pedirle permiso a nadie, se aposentaron en propiedades ajenas después de matar a sus propietarios antiquísimo, a las mujeres jóvenes y niñas las hicieron sus concubinas y a los hijos que tuvieron en ellas los despreciaron y los hicieron parias. Y a los que no mataron porque se rindieron incondicionales o porque fueron sus aliados para vencer a antiguos enemigos, los hicieron sus esclavos o siervos.
No quedó tumba, templo o guaca sin destruir, en busca de tesoros cada vez muy escasos. La plata descubierta en Potosí trastornó otra vez las ambiciones, los odios, las afrentas, la soberbia y el derroche esplendoroso en interminables noches de fiesta y placer como si el mundo pronto habría de acabarse. Una inmensidad de riqueza se derrochó, no sirvió para que prosperara el nuevo continente sino para la acumulación capitalista de Inglaterra, Holanda y Francia. España disfrutaba todas las fantasías que se derivan de una frase soberbia: En mi reino el sol jamás se oculta. Creyeron en la perennidad de la riqueza fácil, en la placidez de la pereza eterna y en los boatos de las fiestas perpetuas con mujeres galantes. Al final se quedaron sin nada, con sus ambiciones, su pereza y con enormes deudas. Toda la riqueza cambio de manos rápidamente, fue a parar a las arcas de los bancos de Inglaterra u Holanda, que lo atesoraron; éstos eran los productores, los españoles los compradores; los unos acumulaban los tesoros provenientes de América y los otros eran gastadores compulsivos, creyeron en la eternidad del colonialismo.
Jamás hubo parecida carnicería de seres humanos. Para probar la puntería usaban a los hijos de los antiguos dueños. Los muertos había que contarlos por millones y nadie hasta ahora ha pedido perdón por semejante crimen de lesa humanidad, de exterminio brutal y menos ha devuelto una parte de lo robado y saqueado en condiciones tan humillantes y bárbaras. Ellos ahora son potencias debido a los inmensos tesoros acumulados y a los productos de la fuerza de trabajo gratis que se llevaron durante trescientos años, dejándonos en la ruina, dependientes de las riquezas robadas. También impusieron la práctica del menosprecio por todos aquellos que no eran del color de su piel o que viven en la pobreza que nos repartieron juntos con la muerte.
Nuestros antepasados fueron sometidos a cruel servidumbre y obligados a pagar tributo con su pobreza o endeudarse de tal modo que sus descendientes heredaban deudas y una cultura del odio y del desprecio por todo lo original que habían creado a lo largo de la historia. Cuando nos independizamos de tal oprobio y cruel colonialismo, exigieron que pagáramos la deuda de la independencia y como nos negamos quisieron invadirnos nuevamente, pero los derrotamos.
Miles de años les costaron a nuestros ancestros crear una ingeniería hidráulica, cuyo origen fueron los canales de regadío rústicos, hasta los que sirvieron para regar un sistema de andenería con el máximo ahorro de agua. Descubrir el valor alimentario y medicinal de cada planta, adaptar el cultivo en su piso o nicho natural, descubrir el abono, mejorar sus herramientas de labranza, aventajar la agricultura hasta lograr un alto nivel productivo y una gran variedad de cultivos, conservar y usar adecuadamente los bosques a fin de evitar una crisis energética, la desprotección del suelo, la escasez del agua y el detrimento del medio ambiente. Era el tiempo de la hermandad del hombre con los bosques, los manantiales, el viento, la lluvia y los animales. Se amaban.
Esos lazos poderosos fueron destruidos por los emparentados con Atila, los conquistadores avarientos de tesoros. Todo lo construido con manos hábiles para tejer la luz y las aguas fue arruinado con muerte y desolación, con odio, por tener los nuestros una cultura próspera, diferente. Inventaron la justificación de que era imposible que hombres inferiores, como nosotros, pudieran haber edificado semejante prosperidad sin la contribución del demonio. En todos los ídolos encontraban supuestas huellas satánicas. Por eso los descendientes de la estirpe de los señores antiguos fueron condenados a la muerte infame; y sus templos, saqueados y arrasados. Fue una catástrofe humanitaria cuyas consecuencias las seguimos viviendo, nos dejaron el estigma en el alma, en nuestra conciencia, de que éramos inferiores. Nos marcaron con sumo odio y desprecio y hasta ahora se nos persigue, con saña, en cualquier lugar del mundo, enriquecido con los tesoros que se llevaron de este continente. Nos odian porque somos el testimonio viviente de la destrucción y el saqueo y los crímenes de lesa humanidad que sus ancestros cometieron contra nuestros pueblos. Destruyeron una cultura cuyo valor es superior a todos los tesoros juntos que se llevaron de nuestras tierras, pero que ahora expresa el valor de esa destrucción cultural y humana. Y cada vez que intentamos revalorizarnos con la teología de la liberación o simplemente buscamos un desarrollo diferente al consumismo que ellos idolatran como a un nuevo dios, nos convierten en objeto de sus campañas políticas nefastas.
No sólo invadieron territorios y destruyeron los templos y saquearon ciudades, también colonizaron las almas, a las que torturaron con pecados incomprensibles y las hicieron inferiores, les impusieron todas las leyes de la servidumbre.las condenaron a vivir el infierno del conquistado. Nada de lo que hicieran ellos tendría valor nunca, siempre sería una inutilidad o una herencia del demonio que había que exterminar. El valor dependía de la voluntad del dominante. Y ellos establecían incluso el valor de la vida de los americanos recién bautizados. Eran valores de inferioridad irrecusables. Quedó como un estigma hereditario en todos los siglos subsiguientes. Hoy los herederos de los conquistadores, aliados del poder mundial, se encargan de reproducirlo desde el nacimiento y a través de la educación. Sellan en las almas de los niños todas las inferioridades inventadas e insisten en perpetuarlas. Esta es la cultura dominante, la excluyente, denigratoria, que remoza los estigmas, anatemiza a las demás culturas, menosprecia a los demás por el color de la piel, por haber nacido en América o por ser pobres, es la cultura occidental que valoriza lo suyo como superior, hasta su comida chatarra y el consumismo pasan como elementos superiores de esa cultura que envenena nuestro ambiente, destruye las otras opciones culturales que cuidan de los recursos naturales y preserva nuestro entorno ambiental
Trastocaron ese antiguo mundo próspero, construido con manos de señores por otro de miseria, de minusvalía mendicante. Sobre esas ruinas construyeron el sistema que hasta ahora impera. Donde los descendientes de los conquistadores de aquellos tiempos son ahora los amos del mundo. Emplearon esa riqueza para construirse una cultura de dominio, consumismo, explotación y opresión. Nos habían dejado en la extrema miseria; pero ellos con esa misma riqueza siguen comprando, mediante corrupción de por medio, y a precio de bagatela, nuestros recursos naturales, nos imponen su mercado en el que sus esbirros controlan los precios y las mercaderías.
Quienes ahora osan rebelarse contra ese sistema injusto de opresión, que utiliza la misma riqueza arrebatada a nuestros antepasados para derrotarnos y mantenernos en su sistema injusto, somos anatematizados, calumniados, difamados. Usan el miedo, la amenaza, la calumnia, la deformación política, la tergiversación periodística, el chantaje, el asesinato, la traición, la conspiración, los golpes de estado, la dictadura, el fascismo y la autocracia. Tienen enormes corporaciones financieras que pueden producir la quiebra fraudulenta de nuestras economías y de ese modo apropiarse de nuestros recursos naturales a precios de remate o destruir a un gobierno que busca el desarrollo por otros caminos, por el camino del fortalecimiento del medio ambiente y el uso racional de nuestras riquezas y recursos naturales. Eso mismo ocurre hoy en día en contra de los gobiernos que buscan un camino independiente del desarrollo. Llaman a escarnio a quienes gobiernan para construir la prosperidad compatible con la naturaleza y el bienestar de los seres humanos, sin exclusiones de ningún tipo. Esta es la herencia que nos dejaron los viejos conquistadores y sus hijos quieren dejarle un mundo de desastre a las futuras generaciones.
Este doce de octubre nada tenemos que celebrar. Es el día de nuestro duelo americano en memoria de los millones de asesinados, de los que murieron en las minas y los obrajes de hambre y de los que siguieron siendo asesinados por rebelarse contra el coloniaje brutal. Fue el día de la ruina, del homicidio calificado, o más que eso: el genocidio. Es el recuento de la historia para encontrar en el presente la explicación del desastre social y poder construir un mundo diferente, en el que el hombre se reencuentre con su medio natural, su identidad con las plantas y los animales. Es hora de establecer nuevos valores, superiores al consumismo y su correlato con la avaricia desenfrenada.
Es también hora de la denuncia de todos los crímenes cometidos y que continúan perpetrando contra nuestra América, de la oposición férrea y conspirativa contra los gobiernos independientes, del uso de todas las maquinaciones y de todos los instrumentos y medios para impedir la voluntad popular, como en Honduras. Contra la imposición de siete bases militares en Colombia cuyas armas mortíferas apuntan a los países de América del Sur. En estas luchas se expresan las voluntades imperialistas para impedir que Honduras emprenda un camino diferente para construir su prosperidad. Las fuerzas dictatoriales, en alianza con el imperialismo no sólo se oponen a la conquista de la democracia por el propio pueblo hondureño sino que han impuesto a un dictador como parte de una nueva estrategia de dominio y exacción de los pueblos que habitan esta parte de América. Quieren marcar a sangre y fuego el intento de una alternativa popular y democrática, en el encuentro entre humanos y de naciones libres de ataduras imperiales.
Usan estratagemas para mantener a la dictadura de Micheletti y derrotar a las fuerzas nacionalistas y democráticas que quieren construir un mundo distinto, posible, y asegurar el advenimiento de un futuro próspero para nuestros descendientes. Emplean inmensas riquezas y trampas dignas de hampones y métodos de guerra contra el mismo pueblo para acabar con los deseos de libertad. Pero no podrán. Al final todos los hombres serán constructores de un mundo que los hará dueños de todos los horizontes y de los vientos sin contaminar.
Este 12 de octubre nefasto nos encuentra en una disputa feroz contra el imperialismo, contra su modelo económico neoliberal en crisis que nos arras como en un torrente incontenible de marginación, pobreza, desempleo y expoliación; pero aún así seguimos firmes en la lucha por la construcción de una sociedad diferente, de prosperidad para todos, en un mundo sano y perdurable.
Trujillo, 04-10-09
Salvador Mendoza Maquiavelo
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