Por: Manuel Guerra
Asistimos a un periodo político complicado, lleno de riesgos y amenazas; también de posibilidades y oportunidades. Este periodo está signado por la contradicción principal entre cambio democrático y patriótico versus continuismo neoliberal. Si hacemos un análisis objetivo del escenario, concluiremos que la derecha cavernaria, no obstante el desprestigio de sus representantes, la descomposición moral que corroe a las instituciones y se extiende al conjunto de la sociedad, el decrecimiento económico que va camino a la recesión y la crisis; a pesar de todo ello y de las luchas populares que se registran en diversos ámbitos del país, la derecha neoliberal viene profundizando el modelo, sin que a la fecha se articule una fuerza capaz de derrotarla, o por lo menos contenerla.
Sucede que por el lado de los sectores que representan el cambio no se han superado las debilidades que vienen de décadas atrás, que afectan a las organizaciones políticas y al conjunto del movimiento popular. El neoliberalismo se ha encargado de fragmentar la sociedad, de arrinconar a la izquierda, sacando provecho de sus errores y de las acciones terroristas de Sendero Luminoso; de ganar la batalla ideológica imponiendo sus valores individualistas, pragmáticos, utilitaristas.
Es decir que si el neoliberalismo se mantiene y se profundiza, no se debe a su fortaleza, sino a las debilidades del campo popular.
Existen, sin embargo condiciones excepcionales para darle la vuelta a la tortilla y abrir un nuevo rumbo a nuestra patria. El terreno favorable lo representan esos amplios sectores de la población que quieren cambios de verdad. El reto consiste en si la izquierda y el progresismo son capaces de canalizar esa aspiración y darle un derrotero seguro. Lo cual se logrará solamente si se logra articular a todas las fuerzas, que en diversa gradación se oponen al modelo, amalgamadas por un proyecto de país que encare la política con visión de largo plazo y no se ahogue en la coyuntura, en las ventajas parciales o particulares, o en los intereses personales o de grupo.
Si partimos de este enfoque, es decir de las condiciones reales y de los objetivos a conquistar, y actuamos en consecuencia, será más sencillo determinar con quiénes nos unimos, los métodos y procedimientos más adecuados para lograr la unidad. Una de las reglas básicas del frente único, dicta que hay que aislar al máximo a tu enemigo principal y ganar el máximo de aliados. Resulta claro que cuando hablamos de organizar un frente lo hacemos con quienes no piensan exactamente como nosotros, con quienes tenemos discrepancias, contradicciones, incluso cuestionamientos de fondo, pero que en el momento concreto no representan la contradicción principal. La historia está llena de ejemplos aleccionadores. Creer que el frente se construye solo entre iguales es un contrasentido y conduce inevitablemente al sectarismo y al aislacionismo.
Si partimos no de los objetivos, sino de descalificar a los potenciales aliados cometeremos un serio error político y lo único que conseguiremos es la fragmentación, con lo cual el único beneficiario será el enemigo al que pretendemos combatir. Seremos derrotados, sin duda alguna, y mientras el modelo avanza y se profundiza, tal vez nos consolaremos sacando a relucir nuestra pureza; nos justificaremos aduciendo que no podíamos aliarnos con quienes calificamos de oportunistas, ladrones o asesinos.
En las condiciones concretas del Perú de hoy, la unidad requerida involucra no solo a los sectores de izquierda, sino también al progresismo, a los sectores democráticos, patrióticos, descentralistas, religiosos; a todos aquellos que están dispuestos a luchar contra el modelo. Dentro de este espectro habrá unos que luchan más consecuente que otros, unos más a la derecha que otros; habrá a quienes no les gusta la izquierda, quienes odian a los comunistas, quienes cometieron errores; quienes ponen mayor o menor acento en la inversión privada, quienes son más ecologistas que otros. El asunto es buscar los puntos de conexión que permitan la elaboración de un programa compartido por todos, independientemente si cada cual mantiene su identidad ideológica, política y programática. Por lo demás en el camino se irán decantando las cosas, el frente se irá reformulando; habrá quienes decidan abandonarlo y otros que se sumen a él.
Por todo ello resulta contraproducente ahondar las diferencias en el seno del pueblo, convertirlas en antagónicas, dejarse llevar por el apasionamiento, perder objetividad y actuar motivados por la bilis. Resulta nefasto echar mano al arsenal propio de la política decadente de la derecha, despachando agravios que dificultarán las acciones a futuro. A fin de cuentas el 2016 es un episodio pasajero y las fuerzas de izquierda volverán a encontrarse, más allá de sus discrepancias presentes. No cortemos los puentes, ni quememos las naves.
La más amplia unidad es la llave maestra para enfrentar con éxito al modelo neoliberal. No hay que manosear esta palabra. La historia de la izquierda peruana está plagada de divisiones en nombre de la unidad, de la pureza y de la consecuencia. Mariátegui ha sido mil veces manoseado para encubrir posturas sectarias e inconsecuentes. Mientras tanto millones de peruanos que aspiran al cambio y que no tienen la menor idea de nuestros debates “principistas” esperan una actitud responsable. No los defraudemos.
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