9 Agosto 2012
Por Jorge Smith Mesa
La Editorial Ciencias Sociales, en su colección Biografía, publicó el volumen Frank País: Leyenda sin mitos, de Renaldo Infante Urivazo, un acercamiento distinguido a quien -junto a José Antonio Echeverría- es una de las más altas figuras del combate antibatistiano en el llano.
País (1934-1957) ha sido objeto de relevantes estudios, entre los que destacan Frank País, entre el sol y la montaña, del General de Brigada William Gálvez; Inolvidable Frank, de Vilma Espín; y una biografía del español Antonio Monroy.
El texto de Gálvez abunda en documentos, entrevistas a personas que lo conocieron, rigurosas investigaciones y recuerdos personales del autor, más un testimonio fotográfico; el libro de Espín, ofrece la visión del héroe desde la feminidad; en cuanto al trabajo de Monroy, es desconocido por el autor de estas líneas, pero resulta evidente que la personalidad de Frank País, dada su transparencia y pureza, suscita una admiración y devoción unánimes.
Hace años pregunté a Baudilio Castellanos, el abogado defensor de los moncadistas y miembro de la dirección del Movimiento 26 de Julio: ¿Qué impresión le dio Frank País? La respuesta fue, “Era más bien parco, pero de toda su fisonomía y acción emanaba un temple extraordinario.”
Che Guevara lo definió, tras su visita a la Sierra Maestra en febrero de 1957, de esta manera: “Nos dio una callada lección de disciplina al limpiar nuestras armas que estaban bastante sucias”. Y agregó:“sus ojos mostraban enseguida al hombre poseído por una causa, con fe en la misma, y además, que ese hombre era un ser superior. Hoy se le llama el inolvidable Frank País; para mí, que lo vi una vez, es así.”
Poco antes de su fallecimiento, pregunté a Regino Boti, otro relevante miembro de la dirección del M-26-7 en su sección económica -graduado en Harvard-, cómo un hombre tan joven pudo convertirse en el dirigente indiscutible de una organización en la que militaban profesionales mayores en edad, tan curtidos y experimentados como el propio Boti, Armando Hart, Castellanos, Carlos Franqui o Manuel Aguilera Maceira. La respuesta fue rotunda: “estaba por encima de todos nosotros.”
Eduardo Yassell, compañero de estudios, describió el físico del biografiado: “De mediana estatura, más bien tirando a lo alto, piel blanca, nariz alzada, cejas copiosas pero separadas, labios finos y orejas apartadas en ángulos de sus pabellones. De carácter de acero y firme en sus decisiones y actitudes, no alzaba la voz.”
Frank País fue asesinado con 22 años, el libro de Renaldo Infante Urivazo posee la virtud de mostrarnos cómo en un tiempo que va desde el golpe de estado del 10 de marzo de 1952 -¡a los 17 años!- y hasta su muerte, el 30 de julio de 1957, este joven tejió un trabajo de leyenda.
Infante describe el ambiente familiar en que crece y se forma Frank: el padre Agustín, pastor de la primera iglesia bautista santiaguera; la madre, Rosario, ama de casa. La atmósfera hogareña: modesta y digna, de estudios históricos y bíblicos, de oración y recogimiento.
El biografiado trasunta en las páginas de Infante Urivazo al hombre de gran espiritualidad, que pulsa el piano y el órgano, se sitúa detrás del caballete con sus pinceles y redacta emotivos poemas.
En la Escuela Normal de Maestros -a la que ingresó en 1950-, se van conformando sus herramientas de líder. Sin embargo, su verdadera vocación era la de ser arquitecto, como su futuro amigo José Antonio Echeverría; pero la obligación que se impuso de conseguir trabajo para ayudar a la madre, lo hizo escoger el magisterio.
En un primer momento -por su parquedad y concentración-, su personalidad no parece estar ligada a la del “hombre de acción”, como exigían las nuevas circunstancias; característica que lo hacía ceder terreno ante un “rival” más fogoso y comunicativo, José “Pepito” Tey Saint Blancard, en las elecciones por la presidencia estudiantil de ese centro de estudios.
Mucho se ha hablado de su mirada profunda, tanto Che Guevara como un íntimo compañero de luchas, Luis Clergé, refirieron ese extraño poder de aquellos ojos que seducían a los interlocutores sin que estos pudieran soportarlo y encajar el golpe.
Aquel atributo más sutil sustituía las obviedades que suelen emanar del piramidal ejercicio oratorio o la vehemencia de la tribuna política. La parquedad de Frank deslumbraba, por demás, coronaba esta natural habilidad con una mezcla de exigencia y ternura.
Infante Urivazo realiza un minucioso recorrido dialéctico del tránsito de País por organizaciones antibatistianas como el Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), la Decisión Guiteras, Acción Revolucionaria Oriental, Acción Revolucionaria Nacional y, por último, el 26 de Julio.
El 10 de Marzo cuando Batista da el golpe de estado, el presidente de la FEU, Álvaro Barba, junto a otros estudiantes, visita al dictador para recabar ante el gobierno de facto, el derecho a la protesta; el Sargento devenido General asiente, pero advierte muy astuto: “Pero no quiero un estudiante muerto”.
Batista había militado en la organización antimachadista ABC y recordaba los gigantescos efectos de movilización popular que produjo el asesinato de Rafael Trejo en la manifestación del 30 de septiembre de 1930.
Pero una dictadura es una dictadura y el 13 de febrero de 1953 murió -tras larga agonía, después de ser baleado en una manifestación-, el primer mártir universitario Rubén Batista Rubio, y aquel estreno del martirologio repercutió fuertemente entre los orientales.
El 14 de febrero del propio año se alzaron los estudiantes santiagueros, y en los días subsiguientes prevalecieron los amotinamientos. Después de su primer combate callejero y la feroz represión de la policía, Frank País meditó profundamente, acudió a la historia y la gráfica como “recurso” y publicó en El Mentor, una foto del cadáver del esbirro machadista Ainciart arrastrado y vapuleado en las calles habaneras por el pueblo. Esa imagen fungió como el equivalente a una seria advertencia.
Frank se convertiría en el vengador de los humillados y ofendidos, en el émulo cubano del resistente partisano antifascista italiano Silvio Corbari (1923-1944) quien también moriría, como el cubano, por la acción de un delator.
Durante mucho tiempo la figura del maestro-combatiente estuvo ligada a los afanes organizativos, la recolección de armas y recursos, el piano, el órgano y la Biblia. Frank País no adjuró de nada, sino complementó la oración con el mensaje tozudo de su pistola.
A este tenor Alberto Muguercia, musicólogo y combatiente antibatistiano diría: “Por regla general cuando se habla de los hombres de acción santiagueros pistola en mano se mencionan los nombres de Carlos Iglesias Fonseca (Nicaragua), Rafael Domínguez Pagán (Chinaco) o el famoso Rey, quien ajustició a Luis Mariano Randich, el delator de Frank, pero se obvia que el propio Frank fue un colosal hombre de acción pistola en mano.”
Una compañera de luchas descubrió al maestro-combatiente una tarde, tocando suavemente el piano, con aquella mirada sonriente de labios apretados y mostrando con tranquilidad una pistola encima de la caja de resonancia del instrumento de cuerdas.
Otra muchacha lo recuerda asiendo suavemente por un brazo, en plena calle, a la entonces bisoña cantante Lupe Victoria Yoli Raymond, conocida en la posteridad como La Lupe -su amiga, y santiaguera como él-, a la cual le pedía a menudo que entonara una pieza musical.
Tras el ataque al cuartel Moncada, el 26 de Julio de 1953, le escribió a su novia Elia un aserto en el que le revelaba su futuro: “No estoy metido en nada pero quisiera.”
El escritor Infante Urivazo narra en su libro los “derroteros emocionales y políticos” de País, la inclaudicable opción por la lucha armada, la conversión bajo su égida de la querida ciudad natal, Santiago de Cuba, en un hueso donde la tiranía no solo se rompió los dientes, sino se atragantó hasta la asfixia a costa, entre otras muchas, de su propia vida.
Si el levantamiento popular del 30 de noviembre de 1956 no pudo cumplir su sincronización con el desembarco del Granma por las razones conocidas, los refuerzos en armas y hombres a la Sierra Maestra organizados por Frank País y su formidable organización clandestina fueron decisivos en la consolidación y progreso del primer frente guerrillero y sus sucedáneos en el oriente y centro de la Isla.
Cuando en 1968 fue publicado El Diario del Che en Bolivia, los lectores admirados por la hazaña de aquel pequeño destacamento internacionalista en tierras sudamericanas, echamos de menos a un Frank País, a una Celia Sánchez, Haydée Santamaría, Léster Rodríguez o a una Vilma Espín bolivianos. ¡Otro habría sido el destino de la gesta del Che en aquel momento!
La biografía Frank País: Leyenda sin mitos, de Renaldo Infante Urivazo, es el mejor homenaje al maestro-soldado y a los luchadores clandestinos de todo el país, ese “segundo frente” sin el cual no habría sido posible la resistencia a la ofensiva de mayo a agosto de 1958 y las victoriosas campañas del Oriente, la invasión y Las Villas.
Como dato curioso, Infante Urivazo rinde homenaje en este libro a los atacantes al Palacio Presidencial, el 13 de Marzo de 1957. La concentración de fuerzas de la tiranía en la capital, en prevención de otras acciones revolucionarias -después de la calificada “acción más audaz de la historia cubana”-, posibilitó la incorporación exitosa del primer grupo de 50 hombres de Santiago de Cuba, Manzanillo, Guantánamo y Las Tunas a la guerrilla del Comandante Fidel Castro, por aquellas mismas fechas.
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