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jueves, 29 de diciembre de 2011

FRAGILIDAD DE LAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS

Del análisis y la crítica permanente a la propuesta permanente.

Agradecemos la mediación de Jaime Llosa para poder conocer y difundir este breve pero valioso texto de análisis político latinoamericano. Como toda contribución puede ser enriquecido. ¿Cuánto de verdad hay en el?
Deseamos fervientemente que todos hagamos una serie evaluación de nuestra práctica política y tomemos, desde hoy mismo, nuevos rumbos.
Condición previa es tener una disponibilidad interior y actitud personal de asumir los valores éticos - revolucionarios para un cambio auténtico, que es trabajo de todos, que se plasman en una práctica teórica-pedagógica con otros para construir la unidad en la acción.
Nadie tiene la propiedad del poder ni del conocimiento ni de la verdad, ni del error, aunque quizás, unos más que otros.... Ella se va descubriendo y se vive solo en la práctica transformadora de todos, y siempre desde la vida cotidiana. En cada acción, en cada paso, en cada pensamiento, en cada análisis...
Regla de oro: por sus frutos los conoceréis... por su organización y democracia interna, por la multiplicación y renovación de cuadros, por la formación profesional, ética y democrática de sus cuadros, por su presencia en la lucha de los derechos humanos, sociales, políticos, económicos, ecológicos, por la elaboración de proyectos y propuestas de desarrollo, etc..
¡Quiénes no construyen participación democrática y unidad, dividen!
Por una educación popular liberadora multidimensional en todos los espacios humanos y en todos sus niveles.
¿Aceptamos el desafío?
José.

LA FRAGILIDAD DE LAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS

POR: CRISTIAN GILLEN
El historial de las organizaciones políticas que luchan por el cambio y la emancipación ha mostrado que éstas, una vez “en el poder”, no cuentan con la estructura organizacional política, económica y cultural de base que les posibilitaría ir implementando su proyecto en los distintos campos que conforman la sociedad (político, económico, cultural, familiar). Esta falta de organización de base se evidencia independientemente de la manera en que esos partidos proclives al “cambio” suban al poder, ya que estos últimos asimilan la llegada al poder con la capacidad de “controlar” el Estado, como si éste fuera neutro y no capitalista.
Esa concepción del poder lleva a que las organizaciones políticas de izquierda que optan por la vía parlamentaria se consagren preferentemente en conseguir votos, captando, a nivel individual, a los electores, y a los sindicatos en que priman las reivindicaciones economicistas. Priorizan en esa estrategia electoral la cantidad sobre la calidad, porque esa es la lógica de la competencia electoral capitalista y, para poder ganar, se someten a las reglas del juego que el Capital impone.
En cuanto a las organizaciones que siguen la vía militar, éstas suelen poner el énfasis en el uso de las armas, descuidando la organización política, económica y cultural de la población en las zonas que consideraban “liberadas”. No promueven formas colectivas de producción económica, cultural y política que contribuirían a reforzar la base y a ir ganando el poder real que les serviría cuando triunfe la revolución.
La visión equivocada del poder, que está centrada en el control del Estado, hace que se descuide la organización de la sociedad civil, en tanto se espera tomar el poder para emprender los cambios desde arriba. Sin embargo, la realidad demostró ser mucho más compleja y dialéctica, en tanto en un proceso de transformación profunda, el verdadero poder se encuentra en los trabajadores, campesinos e intelectuales progresistas organizados, puesto que son ellos los que están en posición de garantizar que se cumpla en la realidad concreta la transformación por la que se ha luchado y que se impida que la derecha trate de sacar provecho de las debilidades de las dirigencias.
Las experiencias parlamentarias en América Latina de las organizaciones de izquierda que están a la “cabeza” de los Estados, como, entre otros, en Uruguay, Paraguay, Nicaragua, El Salvador, Chile (de la Concertación), Brasil, y en el Perú, muestran que se ha claudicado a favor del capital.
Nicaragua y el Salvador requieren un comentario aparte. En Nicaragua, el Frente Sandinista tomó primero el “poder” vía las armas y, en una segunda etapa, lo hizo mediante los votos. En su primera fase, su cambio revolucionario fracasó porque, al asumir el “poder”, no tenía una concepción teórica y práctica idónea para avanzar hacia el socialismo, lo que, en términos generales, lo llevó a adoptar progresivamente las líneas estratégicas del denominado socialismo real, poniendo el acento en el crecimiento de las fuerzas productivas en detrimento de la transformación de la organización social. Por lo tanto, este país pequeño y pobre se concentró en privilegiar la inversión en grandes empresas y en adquirir maquinaría nueva en lugar de organizar de manera colectiva y flexible a la pequeña empresa, y de transformar las relaciones sociales dentro de todas las unidades económicas, culturales y políticas existentes[1].
Esta estrategia implicó que se fomentó la técnica y los técnicos como si fueran elementos neutros. Por otro lado, como los guerrilleros, a parte de estar familiarizados con la técnica militar, no tenían los “conocimientos técnicos” para estar a cargo de la marcha de la economía, cultura, entre otros, se captó a profesionales de derecha y oportunistas. Todo ello desembocó en el fracaso del Frente Sandinista en su fase guerrillera.
Al no haber aprendido o querido aprender que en tal proceso impera la necesidad de promover la organización en la base, la etapa parlamentaria del Frente Sandinista se ha caracterizado, pese a sus discursos aparentemente de izquierda, por una práctica concreta que promovió un capitalismo periférico.
En lo que respecta al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), éste, como es bien sabido, dejo las armas después de una larga negociación con las fuerzas del orden. Con ello, apuntó hacia el mejoramiento de la situación política, económica y militar de El Salvador, que le abriera la posibilidad de participar en la democracia burguesa.
Posteriormente, el FMLN asumió el “poder” por vía de las urnas y, en la actualidad, está sirviendo a la derecha debido principalmente a que, en su prolongado tiempo de lucha militar, no priorizó la organización y la formación política, económica y cultural de la población en las zonas “liberadas”. Si lo hubiese hecho, hubiera impulsado, desde la base, los cambios estructurales que un país oligárquico como El Salvador requiere. Asimismo, hubiera frenado a una derecha bastante cavernaria en sus intentos por boicotear el gobierno[2].
La gran desventaja que tiene la izquierda desde la partida, con respecto a la derecha, es que esta última es la que construyó, en base a sus intereses, un Estado represivo para regular el accionar de los trabajadores, producir las leyes, y para administrar los recursos en base fundamentalmente a las necesidades de acumulación del capitalismo. Además, el capital cuenta con una sociedad civil organizada, es decir una base de sustentación que presiona para que se siga con la lógica capitalista. Las empresas están construidas socialmente para subordinar de manera sistemática al trabajo. Por otro lado, los empresarios se encuentran agrupados para influenciar cotidiana y trascendentemente al Estado para que favorezca sus intereses en menoscabo del trabajo. Igualmente, la lógica dominante de las relaciones capital-trabajo en las distintas unidades económicas y culturales hacen que las organizaciones de los trabajadores tiendan a subordinarse a las necesidades de reproducción del Estado burgués y del Capital privado. Es decir que las reivindicaciones salariales siempre se someten a las necesidades de la expansión de la masa y tasa de ganancia.
En lo que atañe a la experiencia en el manejo del Estado y las empresas, que es un elemento relevante en cuanto a la dirección de las distintas actividades de la sociedad, hay que tener muy presente que el Capital ha administrado de forma continua (con algunas breves interrupciones) el Estado, las empresas, las instituciones científico-tecnológicas, lo que le otorga una gran ventaja con relación a la izquierda, que sólo actúa, en términos generales, de manera limitada y subordinada.
Para superar las limitaciones antes señaladas, la izquierda debe orientar su accionar a privilegiar la organización en la base mediante formas colectivas de producción económica, política y cultural.
Por otro lado, tendría que promover el estudio y la discusión de las distintas corrientes de pensamientos transformadores que vienen surgiendo, para que, sustentándose en un análisis crítico de ellos, afinen sus planteamientos teóricos y prácticos. Hay que estar al día en los conocimientos y no quedarse sólo en una repetición mecánica de slogans revolucionarios del pasado.
Se debería igualmente impulsar a las universidades, y en especial a las públicas, a que propicien programas de investigación y asesoría en los grupos informales de producción económica, en escuelas, en pueblos jóvenes, en zonas rurales apartadas y en los centros de salud de esos lugares.
Como se puede apreciar, no se necesita tomar el “poder” para hacer viable la transformación. Ésta puede iniciarse hoy mismo. Los que han esperado realizar una transformación desde el Estado visto como neutro siempre se han rendido a la evidencia que el poder no se encuentra allí. Más bien, las organizaciones de izquierda, al llegar al gobierno, se dieron cuenta que, en el sistema capitalista, el Estado es una construcción social que privilegia al capital, lo que contribuyó en forma decidida a que acepte retrocesos y capitulaciones, con todas las frustraciones que eso conlleva.

[1] Ver Cristian Gillen. El Primado de las Fuerzas Productivas y el socialismo. Editorial Horizonte. Lima. Perú. 1986.

[2] Para mayor detalle, ver Cristian Gillen. La organización de la producción como dinámica del Desarrollo. Editorial Horizonte. Lima. Perú. 2006 y, por el mismo autor: Como superar el Neoliberalismo. Editorial Horizonte. Lima. Perú. 2006.

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