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miércoles, 22 de julio de 2015

USTED ES UNO Y NOSOTROS MUCHOS

Danilo Sánchez Lihón
 
 
1. Múltiplos
de tres
 
La escuela pre vocacional del Señor Encarnación Saavedra, o Escuela de Varones 278, tenía para castigo de los niños un cuarto lleno de calaveras y esqueletos humanos.
Era una habitación estrecha, húmeda y sombría, un cuarto apartado y tenebroso, con las paredes de adobes sin recubrir, con un hueco en la parte superior hecho de carrizos desflecados y tejas disparejas.
Allí se confinaba a los alumnos reincidentes que habían cometido faltas graves, a los díscolos y rebeldes a los cuales se quería amansarlos en su carácter indócil y contumaz.
Otro castigo era el zurriago, que era una cuerda gruesa y trenzada de lonjas de cuero de vaca endurecido y del grosor de una suela de zapato, cada lonja de dos centímetros de ancho que terminaba en diez flecos de nudos apretados con los cuales se daban azotes en las nalgas de los niños.
Para eso se hacía que el más grandulón del plantel lo cargue y tiemple el trasero de la víctima donde le caían 6, 9 o 12 zurriagos según la naturaleza y la gravedad de la falta cometida. Un castigo menor era la palmeta.
 
2. Tres
bandas
 
Luis Felipe de nueve años fue llamado al frente por don Encarnación Saavedra por estar conversando con su compañero de fila en la formación de fin de la jornada escolar de aquel día viernes de octubre del año 1935.
¿Qué hacían? Intercambiaban cordeles para hacer bailar sus trompos, cuerdas que enrollaban en torno al juguete de madera pulida y se tiraban a bailar al ruedo.
Los trompos eran pintados de fintas rojas, verdes y azules en las tres bandas que tenía en torno a su cuerpo oblongo y se lo pintaba con la misma tinta de los tinteros con que se escribía en los cuadernos. Adornaba el trompo en lo alto de su testa o corona un chinche dorado.
– ¡Luis Felipe y Baltazar Iraita! ¡Salgan al frente! –Llamó.
– Sí, señor.
– Por hacer desorden en la fila recibirán tres palmetas en la mano izquierda, y tres en la derecha.
Que era el castigo más leve que se recibía en esa escuela.
La palmeta era una tabla de eucalipto mal pulida de seis centímetros de ancho por cuarenta de largo, con tres centímetros de espesor.
 
3. No
es justa
 
Luis Felipe era admirado por sus profesores por su honestidad, inteligencia, dedicación y compañerismo.
Era un niño rubio, delgado, con un aplomo sorprendente para su edad y leal en toda circunstancia.
Era muy querido entre sus vecinos. Además porque se había quedado huérfano de padre junto a una gavilla de hermanitos menores que vivían junto a su madre, doña Rita Uceda Callirgos. Al llegar a él se escuchó decir:
– No voy a tenderle la mano señor. – Dijo con voz clara y terminante que produjo un silencio sepulcral en todo el patio y entre los alumnos y profesores.
Nadie jamás se había atrevido a una declaración ni decisión como esa. Y mucho menos a decirlo con tanta nitidez y contundencia al director del plantel.
– ¿Cómo dice?
– Que no voy a tenderle la mano. Y además no tiene por qué pegarme, señor.
– ¡Es una orden!
– ¡Es una orden que no acato, señor, porque no es justa!
 
4. Para
ayudar
 
El hecho era inusitado. Produjo una situación desconcertante. Se vio a don Encarnación Saavedra por un momento titubeante y desamparado frente a aquel niño que la sangre se le había subido al rostro y se lo notada capaz de estallar.
– ¿Por qué la orden no es justa?
– Porque después no voy a poder escribir ni hacer mis tareas escolares.
– Entonces traigan el zurriago.
– Tampoco lo voy a permitir, señor.
– ¿Por qué?
– Porque después no voy a poder sentarme para hacer los trabajos que tengo que hacer, señor.
– Entonces por su rebeldía le corresponde la pena mayor. Su castigo será permanecer encerrado dos horas en el cuarto de las calaveras.
Y fue conducido al cuarto temible pero que todos los niños sabían que él no les tenía miedo porque siempre les habló que él estudiaría medicina para ayudar a la gente, y los esqueletos humanos le resultaban atractivos e interesantes.
 
5. siembras
y cosechas
 
Luis pasó al Cuarto de los Esqueletos y Calaveras. Llegó la noche y consideró que era demasiado, que seguramente se habían olvidado de él y que más de dos horas no era justo en dicho castigo.
Pero además sus hermanos lo esperaban en casa para que les sirva la comida. Su madre se había ido a Huamada en donde sembraban cereales y le había encargado cuidar de sus hermanos.
Trepó y se escapó saltando la pared que da a la calle.
Cuando ya muy tarde fueron a verlo ya no estaba. Don Encarnación Saavedra esa misma noche convocó a don Gabino Geldres, el maestro de Luis Felipe a consultarle su decisión de expulsión del plantel escolar.
Don Gavino le expresó:
– Es un alumno extraordinario, inteligente y aplicado. Por ahora se queda a cargo de sus hermanos menores cuando su mamá se va al campo a las siembras o a las cosechas. Ya es fin de año y el próximo el pasará a estudiar el cuarto y quinto año en la Escuela 271. Sus compañeros lo quieren y es el líder nato del plantel.
Al siguiente día en la formación del patio don Encarnación Saavedra serio y severo llamó a pasar al frente al alumno Luis Felipe de la Puente Uceda.
 
6. Venimos
a estudiar
 
– Esta es una citación para que su padre se apersone a hablar conmigo a la escuela.
– Tampoco voy a poder cumplir con esta orden, señor.
– ¿Por qué?
– Porque mi padre está muerto.
– Entonces tendrá que apersonarse su mamá.
– Tampoco es posible porque mi mamá está en el campo.
– Entonces usted recibirá un castigo ejemplar.
– Tampoco es posible, señor, porque nosotros venimos a la escuela a estudiar y no a ser castigados.
– ¡Tendrá que ser expulsado de la escuela!
– Tampoco es posible, señor. Porque usted es uno y nosotros somos muchos. ¡Compañeros! –Dijo entonces avanzando unos pasos en el corredor–. ¿Están de acuerdo con los castigos en la escuela? ¿Están de acuerdo que haya aquí una celda con esqueletos y calaveras?
– ¡No! – Se escuchó decir de manera rotunda a todos los niños formados en el patio.
 
7. En el tapial
las retamas
 
– ¡Niños! –Intervino apurada la profesora Dorfilia, sobrina muy querida por el director, quien permanecía demudado, sin habla y a punto de caerse; y a quien ella apretó fuertemente el brazo–. Ya no habrá el Cuarto de Esqueletos y Calaveras. Pero vamos a dejar este asunto para otro momento. Ahora, ¡pasen a sus aulas! Y que los brigadieres de cada sección se encarguen del orden y del repaso de la última lección.
Hizo señas a los profesores para que ayuden a que esto se cumpla, mientras cogía y llevaba al director, señalando a los profesores para que luego vengan a la Dirección, mientras a Luis Felipe le dijo:
– ¡Vete a tu salón! ¡Y no ha pasado nada!
Ya en la Dirección, sentando a su tío en una silla, expresó a sus colegas:
– Vamos a dar por superado este asunto. Estamos finalizando el año. Ha llegado a Santiago de Chuco un nuevo Inspector de Educación y es bueno que las aguas estén quietas. ¡Todos a sus aulas!
Dijo, mientras atendía a su tío.
El sol alumbraba radiante por la ventana y florecían en el tapial las retamas.
 
 
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